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Antes De La Muerte
(Roberto Diaz Blanco)

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Los gases de las bombas hirieron de muerte sus
pulmones. Sus familiares le ocultaban que estaba tuberculoso. Pero él sabía que sólo podía contar con algunos meses, un año o dos a lo más de esta vida tan
bella, tan dulce que los sanos no saben aprovechar. Esta vida que uno se
obstina en decirla tejida únicamente de dolores y penas.Hay seres que no comprenden lo que es
bello y no aprecian lo que hay de bueno en el milagro cotidiano de vivir. El
milagro de la sangre que se renueva a cada instante. El milagro de las
estaciones sucediéndose y cada una de las cuales tiene su dulzura.
Los hombres se quejan sin motivo y
vegetan...
En otro tiempo, el enfermo no habría
sabido comprender y tal vez hubiera permanecido así pueril y frívolo con sus
semejantes, si hubiese conservado la salud. Sólo desde que conoció su fin inminente
gustó los mil fulgores diversos que visten la danza de las horas.
Todo es hermoso. Vivir es el don supremo. He aquí que este don que los otros no aprecian, le iba a ser arrancado
prematuramente. Intentaba no pensarlo. Quería hundirse en la embriaguez del
minuto presente.
¿Será el último o el penúltimo?
¿Para que desperdiciar su saldo de vida
en preocuparse y gemir?
Si era su destino morir pronto que así fuera.
Pero, ¿hasta qué punto estaba escrito en el destino de los hombres asesinarse
entre sí? Habían aceptado. Así la fatalidad no intervenía en ellos para nada.
Habían sido millones en los diferentes países, los que consintieron en el
sacrificio de sí mismos. Y su ceguera, su cobardía combinada la llamaban
¡fatalidad!
Se volvería a empezar y volvería a
ocurrir de un modo idéntico. La debilidad es consentir la ley que rige más
poderosamente en el alma de los hombres.
Los salvados, orgullosos de su calidad de
antiguos combatientes, habían traído de sus largos años de permanencia en el
abismo, la tendencia a la inercia y hábitos egoístas. Gracias a este sueño los interesados en provocarla volvían a hablar de la guerra. Los fantoches que ya
antes habían determinado la colisión, aparecían ansiosos de suscitar otra. Y se
les permitía decir que la guerra no habría sido conducida suficientemente
adelante, que era necesario hacer sentir la victoria a los vencidos.
El enfermo se puso las manos sobre los ojos como para evitar una visión penosa.El pensar en una nueva carnicería le
era intolerable. Le descuartizaba el alma. Aunque él no iría ya otra vez. No
iría porque estaba deshecho.Ah: locos que creyeron que sería la
última guerra y que después de la aventura reinaría la paz. Hablaban de nuevo
de la guerra y solo la escasez de dinero les impedía reanudar la locura...
Esperando su advenimiento, los hijos de los héroes se distraían jugando a la
epopeya.El enfermo lloraba. Lloraba por su
impotencia para denunciar el peligro que amenazaba a los dormidos; se lamentaba
por su existencia rota en vano. En balde había padecido y sufrido atrozmente,
cayendo en cama dos días de cada tres, febril, escupiendo coágulos...
De pronto su pecho comenzó a hacer un
ruido de arenas agitadas, la tos congestionó su rostro hasta tornarlo violeta.
Desesperado, acercó su pañuelo a la boca y lo tiñó de sangre...¡La guerra es esto! ? Gritó por última
vez - ¡La guerra es esto!



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