La Tragedia De Una Aldea
(Donanfer)
La tragedia de una aldea La Corte Suprema de Israel, por unanimidad, ha dado la razón a los pobladores de la aldea palestina de Bilin, en Cisjordania, y decretado que el muro que la estrangulaba debe ser modificado en mil setecientos metros de su recorrido con el fin de que los campesinos del lugar puedan tener acceso a las doscientas hectáreas de cultivos de los que el "muro de Sharon" los separó. al mismo tiempo que Podíamos leer esta noticia en la prensa, recibíamos por una coincidencia feliz, el documental que Claudia Levin y Shai Carmeli-Pollak ?ella productora y él, director? han dedicado a esta pequeña aldea de unos mil seiscientos habitantes ?Bilin, my love?. Desde el viernes 20 de febrero de 2005, el poblado se había convertido en un símbolo de la lucha de los pacifistas israelíes contra la famosa "valla de seguridad" de seiscientos cincuenta kilómetros de largo, que el gobierno de Ariel Sharon mandó construir con el pretexto de impedir a los terroristas suicidas procedentes de los territorios ocupados acceder a las ciudades de Israel. Los estragos del muro, en Bilin, han sido más brutales que en otras partes. Para construirlo, el Tsahal, o ejército israelí, arrancó millares de olivos que tenían cientos de años de antigüedad y cortó la comunicación de los pobrísimos vecinos con sus pequeños sembradíos y campos donde pastaban sus cabras, condenándolos a una muerte lenta. Al mismo tiempo, se construía en los alrededores el complejo de Modiin Illit, de seis asentamientos de colonos, financiado por capitales canadienses que apoyan los proyectos de los fanáticos religiosos empeñados en construir el Gran Israel bíblico. El viernes 20 de febrero de hace dos años, grupos de israelíes comenzaron a manifestarse en las afueras de Bilin, solidarizándose con las protestas que llevaban a cabo los palestinos del lugar. Desde entonces, todos los viernes han tenido lugar estos mítines, a los que, poco a poco, se han ido sumando voluntarios internacionales, organismos de derechos humanos, periodistas, instituciones religiosas y muchos jóvenes conocidos en Israel bajo la engañosa definición de anarquistas, pues entre ellos se mezclan hippies y punkies con ecologistas, seminaristas, rabinos y viejos comunistas. El 9 de septiembre de 2005, algunos centenares de estos manifestantes israelíes intentaban ingresar en Bilin para unirse a los palestinos que celebraban allí otro mitin de protesta, pero sólo algunos puñados de jóvenes consiguieron escurrirse entre la barrera que los soldados del Tsahal habían montado cerrando todos los accesos a la aldea. Lo hicieron haciendo valer nuestras credenciales de periodistas, que los soldados respetaban. Se trataba de Claudia Levin, una cineasta israelí de origen argentino que, nos dijo, mientras la acercábamos a Tel Aviv, llevaba tiempo haciendo un documental sobre el drama de esta aldea palestina y el movimiento de solidaridad que había despertado, en el que ella misma militaba. Su documental dura un poco más de una hora y está realizado en condiciones muy precarias, con cámaras portátiles que, en razón de las trifulcas en las que andan casi siempre metidas -pedreas, tiroteos, gaseamientos , violentas confrontaciones- a veces parecen volar en pedazos, pero es profundamente conmovedor y deja en la memoria unas imágenes que ilustran, de la manera más vívida y persuasiva, la tragedia cotidiana de esas pobres familias palestinas despojadas de sus miserables pertenencias y cercadas y condenadas poco menos que a la extinción por una política inhumana que fuerza a todos los palestinos de los territorios ocupados a pagar por los crímenes de los puñados de fanáticos de Hamas y la Jihad Islámica, que, al igual que los propulsores del Gran Israel, están convencidos de que el fin justifica siempre los medios. No hay demagogia alguna en las estremecedoras imágenes del documental. La práctica del colonialismo es perversa, pues contamina de odio, violencia, racismo y prejuicios tanto a colonizadores comoa colonizados. ¿Se cumplirá el fallo de la Corte Suprema de Israel que -ése es su sentido profundo- reconoce el derecho a la supervivencia de los mil seiscientos habitantes de Bilin? Cabe preguntárselo, pues la Corte Suprema israelí -una institución que goza de gran prestigio y que ha dado muchas veces muestra de su independencia frente al poder político- decretó ya hace un par de años que el muro se rectificara en más de trece kilómetros, pues asfixiaba innecesariamente a la ciudad de Kalkilia, seccionándola en tres partes, y hasta ahora esa sentencia no se ha ejecutado. Pero alguien tan sensato como Amos Oz, por ejemplo, cree lo contrario: que la ruptura abierta entre los moderados y los islamistas palestinos facilita una negociación entre Israel y la Autoridad Palestina. ¿Es imposible que alguna vez israelíes y palestinos vivan como buenos vecinos, y se entiendan y cooperen? Vean el documental Bilin, my love y se convencerán de que es posible. Vale la pena añadir una nota al pie: ese documental, aunque usted no lo crea, fue integralmente financiado por instituciones israelíes y, entre ellas, ¡el Ministerio de Cultura de Israel! Donanfer
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