Tutto, Tutto Pavarotti
(Donanfer)
Tutto, Tutto Pavarotti La pasta era su religión. Capaz de pagar seis mil euros por un kilo de caviar. Necesitó rodearse de sus mujeres. Vendió más de cien millones de discos en solitario. Su padre fue el hombre decisivo en su vida. Nadie podía permanecer indiferente cuando cantaba su «Nessun dorma» (que nadie duerma), que despertaba al más indiferente Luciano Pavarotti no soportaba los espacios vacíos y, como gran artista, necesitaba el calor de la gente para poder vivir y cantar. Su último trono fue una silla de ruedas. Durante los últimos meses contestaba desde ella, con voz aguda y rebajada, el telefonino donde le llamaban sus amigos para ver como estaba. Un cáncer de próstata se lo llevó en la madrugada del jueves cerrando el telón de su vida a los setenta y un años. Tutto Pavarotti era excesivo en cuerpo y alma. Hurgando en su biografía encontramos la huella de sus grandes pasiones: la comida, la música y las mujeres. La pasta era su religión. Como el vino, el caviar o la carne. El maestro era un nacionalista azzurro en su faceta culinaria. Aprovechaba para meterse entre fogones a la mínima oportunidad. En Bilbao todavía recuerdan las arias que cantó en la cocina del hotel Ercilla -ataviado con el preceptivo mandil y gorro de cocinero, y usando un cazo a modo de batuta-, cuando bajó en persona a cocinarse unos espaguetis Pavarotti, cuya receta se popularizó después en Italia. En China también fue sonada la reforma que hicieron en un hotel para instalarle un figón en la habitación donde trastear con sus platos. Dos neveras industriales le acompañaban en todas sus giras. Las instalaba en su suite llena de delicattesen italianas para saciar su gula. El mejor regalo que se le podía hacer era un frasco con alguna exótica especia, un buen caviar beluga o una botella de vino cinco estrellas. Aunque siempre tuvo fama de mujeriego, a Pavarotti no se le conocen grandes escándalos de faldas. Pavarotti confesó públicamente que estaba enamorado de su secretaria, enfrentó un duro divorcio con su esposa de siempre, tuvo una hija con Nicoletta y se casó con ella en 2003. Era el «rey Midas» de la ópera porque todo lo que le rodeaba se convertía en negocio. Dicen que era un derrochador compulsivo aunque sin perder el ojo a su fortuna. Compraba lo mejor de lo mejor y en grandes cantidades, desde cientos de pañuelos de Hermes para cuidar sus cuerdas vocales hasta el más caro caviar ruso o iraní a 6.000 euros el kilo. También era capaz de pelearse con el presidente de Francia para conseguir, al precio de oro, un asiento delantero, el más caro, en el Concorde para viajar de París a Nueva York. Se le conocen numerosas propiedades en Italia -entre ellas varios viñedos- y un fabuloso ático en la urbe norteamericana. Nadie en el mundo de la música ganaba tanto como él. A finales de los noventa, sus ingresos por actuaciones y derechos discográficos rozaban los veinte millones de euros anuales. Y el que grabó con Plácido Domingo y, su gran amigo, José Carreras, es todavía, con once millones de ejemplares, el más vendido de la historia de la música clásica. Pero en su relación con el vil metal hay un punto negro: el desfalco a la Hacienda de su país por el que fue demandado en el 2000. Luciano, que ya había tenido problemas similares en Alemania, fue acusado de no declarar sus ingresos al fisco italiano bajo la excusa de una residencia ficticia en Montecarlo. Finalmente, lo arregló pagando los quince millones de euros de atrasos que le reclamaban. E l hombre más importante de su vida, y casi el único, fue Fernando Pavarotti, su padre y mayor crítico. Panadero de profesión y tenor aficionado, Fernando inculcó en su hijo la pasión por el bel canto y fue él quién le llevó a cantar al coro de la iglesia por primera vez a los nueve años. «Tenía una voz muy fina pero rechazó la posibilidad de dedicarse a esto porque era muy nervioso. Sin embargo, era el único que advertía hasta el más pequeño de mis fallos. Su madre, Adela Venturi, trabajaba en una fábrica de cigarrillos. La familia tenía escasos recursos económicos y sus cuatro miembros se apiñaban en un apartamento de dos habitaciones. Durante la II Guerra Mundial tuvieron que huir de su Módena natal para vivir en un cuarto que le alquilaron a un granjero. Nessun dorma! Nessun dorma! Tu pure, o Principessa, Nella tua fredda stanza. Guardi le stelle Che tremano d''amore e di speranza. (¡Que nadie duerma! ¡Que nadie duerma! También tú, oh Princesa, en tu frío cuarto mira las estrellas que tiemblan de amor y de esperanza...), proclamaba la princesa Turandot, para que nadie se durmiera hasta hallar el nombre del ignoto príncipe, Calaf. También está en posesión de un Grammy al mejor cantante clásico (1991) y el Premio Libertad de la City de Londres y la Cruz Roja por Servicios a la Humanidad, ambos en 2005. Y, es que, su compromiso con los desfavorecidos siempre estuvo presente en su vida. Gracias a los conciertos con sus amigos, que celebraba todas las primaveras en Módena, recaudó más de seis millones de euros para los niños víctimas de las guerras. Lo vamos a extrañar Sin duda, lo vamos a extrañar Donanfer
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