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Ataque A Pearl Harbor
(Donanfer)

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Ataque a Pearl Harbor 

 A las seis de la mañana del 7 de diciembre de 1941 la cubierta del más poderoso portaaviones japonés, el Akagi, vibraba bajo el rugido de los motores de aviación El vicealmirante Nagumo, que enarbolaba en el Akagi su pabellón de jefe de la escuadra japonesa, podía seguir desde su puesto de mando la actividad sobre cubierta, mientras que una claridad lechosa anunciaba la proximidad del día. Aquellos cazas no atacarían los aeropuertos y bases aeronavales de Hawai, sino que limitarían su acción a proteger la escuadra japonesa. Nagumo no podía abandonar la preocupación que le producían tres portaaviones norteamericanos - Lexington, Enterprise y Saratoga- fuera de la base de Pearl Harbor. De cualquier forma, Nagumo trató de rechazar presagios pesimistas. El objetivo era importante, vital: cerca de un centenar de unidades navales se hallaban en la isla, siete acorazados -las presas codiciadas- estaban entre ellas -y, además, unos doscientos cincuenta aviones, cómodamente posados en cuatro aeropuertos. Nadie, nunca, tuvo bajo sus alas semejante botín. Los servicios del espionaje japonés no habían detectado alarma alguna en la gran base. Todo estaba tranquilo, dormido en aquella madrugada de domingo. La primera oleada de sus aviones, 1s83 aparatos, ya estaba en el aire. El silencio volvió a reinar en el mar. La flota de Nagumo siguió aproximándose a la isla de Oahu, capital de las Hawai, mientras en los hangares y sobre las cubiertas se disponía una segunda oleada de aviones. Nagumo consultaba su reloj. Ninguna noticia de los aviones. La segunda oleada debía saltar al aire. El capitán de fragata Fuchida, jefe de una de las alas del ataque, gritaba jubiloso: "¡Sorpresa lograda!". A las 7:58, los escuchas japoneses captaban la alarma en inglés: "¡Ataque aéreo sobre Pearl Harbor. Era la voz del contraalmirante Patrick Bellinger.Sobre el aeropuerto de Wheeler, en el interior de la isla, picaban los cazas y los bombarderos en vertical, despedazando los aparatos situados sobre las pistas. Minutos después aviones torpederos y bombarderos de vuelo horizontal irrumpían en la bahía de Pearl Harbor. El capitán de corbeta Itaya, que dirigía la primera oleada, llegó al cielo de la base hacia las 7:50. Pearl Harbor aun dormía -cuenta Itaya- en la bruma matinal. Todo estaba en calma y tranquilo en el puerto. No se veía ni una estela de humo sobre los barcos fondeados en Oahu. Nunca antes similar concentración artillería disparó contra escuadrillas atacantes, pero la eficacia era mínima. El acorazado Oklahoma encajó tres torpedos consecutivos y se hundió en segundos con cuatrocientos quince hombres atrapados dentro de sus paredes de acero. Un inmenso y pavoroso silencio, sólo interrumpido por el aullido de ambulancias, de coches de bomberos y de pequeñas explosiones en depósitos de municiones o combustible cayó sobre Pearl Harbor, ensordecida por tres horas de bombarderos de incesante cañoneo de las defensas antiaéreos. En el Akagi, el almirante Nagumo valoraba su situación. El segundo Ataque tuvo menos fortuna: sólo regresaron 150 aparatos. La flota japonesa había cumplido su misión y viró hacia el noroeste. La contabilidad norteamericana resultó mucho más dolorosa y lenta: dos mil cuatrocientos tres muertos y mil setecientos setenta y ocho heridos era su tragedia humana. En lo material había que contabilizar la destrucción de los acorazados Arizona y Oklahoma; las grandes averías y destrozos sufridos por el West Virginia, California y Nevada (que pudieron ser reparados y participarían más tarde en la guerra); se fueron a pique tres destructores y cuatro buques más pequeños; sufrieron daños graves tres cruceros y tres destructores más. Un análisis posterior acorta, sin embargo, el éxito japonés. En Pearl Harbor quedaron más de 70 buques indemnes, entre ellos tres acorazados, con escasos daños, y una docena de cruceros, inmensos talleres y diques secos cuya destrucción hubiera supuesto para USA mayor pérdida que la de sus dos acorazados abatidos ese día y, sobre todo, inmensos depósitos de combustible que hubieran paralizado a la flota norteamericana durante meses. Con respecto a los barcos más dañados, el West Virginia, alcanzado por varios torpedos, se hundió sin volcar; sería reflotado y participaría en la campaña de las Filipinas, 1944. El Tennessee sufrió pocos daños y pudo combatir a finales de 1943. El Maryland, el acorazado que sufrió menos daños, participó en la campaña de Filipinas. El California alcanzado por varios torpedos, se hundió hasta las superestructuras, pero, reflotado, participó en la campaña de Filipinas. El Nevada fue alcanzado por un torpedo y varias bombas; tras ser reparado combatió en la guerra, por ejemplo, en la invasión de Normandia y, después en el ataque de la isla de Iwo Jima. El Pennsylvania, que se hallaba en el dique seco, sufrió escasos daños y se incorporó a la guerra, participando en la batalla de Filipinas. Doce de los veinte aviones japoneses perdidos, en el segundo ataque, fueron derribados por siete cazas norteamericanos que lograron despegar tras el primer ataque japonés. Tras Pearl Habor, la flota norteamericana del Pacífico aún podía contar con tres portaaviones, cuatro acorazados, veinte cruceros, sesenta y cinco destructores y cincuenta y seis submarinos. Donanfer 



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