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La Noche Oscura Del Alma
(Donanfer)

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La noche oscura del alma


Teresa de Calcuta no fue una excepción. Como todos los grandes místicos, santos y Papas, llegó a dudar de la existencia de Dios. Diez años después de su muerte, se publica una recopilación de sus cartas más descreídas y angustiadas La particular noche oscura de Sor Teresa de Calcuta verá la luz en la recopilación de cartas que ella quiso destruir. Dios y el diablo se disputaron el alma de la Madre Teresa. No sin antes hacer pasar a la beata de Calcuta por la temible «noche oscura del alma». Se publicarán próximamente, recopiladas bajo el título de Madre Teresa: ven y sé mi luz. «Dime padre por qué hay tanto dolor y oscuridad en mi alma», pregunta en una carta al reverendo Lawrence Picachy en agosto de 1959. En otra carta afirma: «En mi propia alma, siento un dolor terrible por esta pérdida. Siento que Dios no me quiere, que Dios no es Dios, y que él verdaderamente no existe». La «santa de los pobres» no fue la única en dudar de Dios. Todos los grandes santos, aseguran los expertos, sufren dos tipos de tentaciones. Las primeras son las diabólicas, en las que Satán impide dormir o llevar una vida normal. Las segundas, espirituales, intentan destruir la fe, sembrando dudas sobre la existencia de Dios. Es el peaje de los que aspiran a llegar a las cumbres del misticismo: filósofos, Papas, santos y el propio Jesucristo. «Desierto de la noche de la fe o momentos de debilidad los ha tenido el mismo Jesús en el huerto y en la cruz», dice el cardenal español Julián Herranz. El Nazareno murió gritando: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». María duda del anuncio del ángel de que va a ser madre de Dios: «¿Cómo puede ser eso?». José, envuelto en un mar de dudas ante el embarazo de su esposa, estaba decidido a repudiarla, hasta que el ángel le anunció: «Eso es cosa de Dios». Pedro, jefe del círculo más íntimo de Jesús que lo deja todo por seguir al Maestro, duda sin cesar, quiere un Mesías milagrero y hasta llega a negarlo tres veces. La espina en su carne era el silencio de Dios. Aunque vicarios de Cristo en la tierra, también los Papas tuvieron dudas de fe y se plantearon preguntas radicales sobre el sentido de la vida y de la inmortalidad. Pero ante las inflexibles críticas de gran parte de la Curia romana llegó a dudar de que su intuición fuese obra de Dios. A Pablo VI se le conoce como el Papa hamletiano: su pontificado estuvo lleno de dudas. Tanto que, poco antes de morir aseguraba: «El humo de Satanás ha entrado en la Iglesia». Juan Pablo II tenía una fe instintiva, mística. Que Dios existe y Jesús es su hijo lo demuestra con razonamientos. Pero la razón se topa a menudo con el silencio de Dios. En un lugar como este se queda uno sin palabras; en el fondo sólo se puede guardar un silencio de estupor, un silencio que es un grito interior dirigido a Dios: ¿Por qué, Señor, callaste? ¿Por qué toleraste todo esto?». Y Su Santidad añadía: «¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?». Es difícil encontrar un místico que no haya pasado por la «noche oscura del alma». Teresa de Jesús, la gran mística abulense, describe así la suya: «Oh válgame Dios, y qué son los trabajos interiores y exteriores que padece un alma hasta que entre en la séptima morada ... Ningún consuelo se admite en esta tempestad ...». El Padre Pío de Pietralcina estuvo convencido toda la vida de que sus famosos estigmas en manos y costado no eran un signo de predilección y de aceptación de parte de Dios, sino, al contrario, de su rechazo y del justo castigo divino por sus pecados. Para el predicador del Papa, Raniero Cantalamessa, «la interminable noche de algunos santos modernos es el medio de protección inventado por Dios para los santos de hoy, que viven y trabajan constantemente bajo los focos de los medios. El inventor de la noche oscura fue, sin duda, San Juan de la Cruz. Su teoría es que para llenarse de Dios hay que vaciarse de uno mismo. El método para conseguir este vacío lo enseña en dos de sus tratados, Subida al Monte Carmelo y Noche oscura del alma. Es una verdadera desolación de orden espiritual: mientras el alma anhela a Dios, se siente abandonada de El. Son muchos los filósofos buscadores de Dios que percibieron dolorosamente su ausencia en la Historia y su (¿aparente?) silencio. Pascal, Dostoievski, Camus o Kierkegaard. Tras una infancia creyente, alimentada por una fe ingenua, pasó a una juventud racionalista y agnóstica y a una edad adulta socialista, que, poco a poco, se fue cargando de tintes religiosos. En lucha continua entre esos dos universos, sólo queda instalarse en la duda permanente. Es su «fe dubitante». Una duda de pasión que podría llamarse agonía. Y las dudas le atormentaron hasta el último instante de su vida.
 
Donanfer



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