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La Rusia De Putin
(Donanfer)

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La Rusia de Putin
 
Es difícil imaginar una historia moderna más triste que la de Rusia, el país que ha dado al mundo, en el último siglo y medio, esa extraordinaria floración de pensadores, escritores, compositores, artistas, poetas, utopistas y místicos tan bellamente descripta en los ensayos de Isaiah Berlin. Después de haber padecido por más de setenta años una de las más ignominiosas dictaduras que haya conocido la historia ?en la que muchos millones de inocentes ciudadanos perecieron en el gulag siberiano en razón de la mera paranoia de los dueños del Kremlin?, al sobrevenir el colapso de la Unión Soviética en vez de la libertad surgió el caos, la anarquía económica y política, a cuyo amparo los ex comisarios comunistas perpetraron pillerías vertiginosas, "privatizando" en su favor las industrias estatales y permitiendo a las mafias sacar del país, hacia los paraísos fiscales del planeta, billones de divisas mal habidas y robadas al pueblo ruso, que vio, de este modo, reducirse todavía más sus precarios niveles de vida y pasó a vivir en la inseguridad más absoluta y el temor crónico. Putin ha puesto orden, en efecto; ha dado cuenta de muchos criminales, y ha restaurado una tradición de verticalismo autoritario que, con distintas máscaras ideológicas, ha mantenido en Rusia una continuidad con mínimos y fugaces intervalos de apertura, desde Iván el Terrible hasta el presente. El pueblo ruso, que no ha conocido casi otra cosa que el despotismo a lo largo de su historia, se siente cómodo, o por lo menos aliviado y esperanzado, en la Rusia de Putin. En el extranjero se conocen los grandes lineamientos de la política seguida por Putin y la rosca de ex agentes de la KGB y aparatchiks de que se ha rodeado para restablecer el poder autoritario. Ante todo, la estatización o neutralización de buena parte de los medios de comunicación independientes, que ahora están al servicio del gobierno, y la desprivatización de los principales entes responsables de la energía y las llamadas "industrias estratégicas", devolviendo de este modo al Estado una injerencia hegemónica en la vida económica del país. Las enormes reservas de gas y petróleo con que cuenta el país y los altísimos precios alcanzados por estos recursos en los mercados mundiales han dado al gobierno ruso un instrumento para multiplicar su influencia internacional, coaccionar a sus vecinos, retomar una carrera armamentística que encanta a las fuerzas armadas, que han recobrado su vieja condición de institución privilegiada dentro del sistema, y de hacer gravitar sobre Europa occidental una espada de Damocles: la amenaza de reducir o cortar los suministros de gas y petróleo, de los que aquélla se ha vuelto dependiente, si patrocina políticas que Rusia considera lesivas para su propia seguridad. A quienes quisieran informarse un poco más sobre este tema recomiendo leer dos excelentes artículos aparecidos el martes 21 de agosto en el Internacional Herald Tribune, cuyos autores, Jeff Mankoff y Paul Kennedy, ambos de la prestigiosa Universidad de Yale, no sólo saben muy bien de lo que hablan; además, ambos están muy lejos de sentir la menor animadversión por Rusia. Más bien, sus artículos transpiran una solidaridad visible con los infortunios del pueblo ruso. Bandas de "cabezas rapadas" han asesinado a una niña tajik y malherido a su familia en San Petersburgo y han acuchillado a un vietnamita. Mankoff describe también la manera en que Putin ha utilizado a los dos partidos abiertamente racistas que operan en Rusia, los demócratas-liberales de Vladimir Zhirinovsky y Rodino, de Dimitri Rogozin, alentándolos, financiándolos y facilitándoles la expansión a fin de crear la ficción de que el partido gobernante de Putin es moderado, un contrapeso a aquellos extremistas. Pero el resultado de esta política es que el racismo contra los chernye, los "negros" inmigrantes de los antiguos países de la Unión Soviética, musulmanes la mayoría de ellos, ha alcanzado una suerte de legitimidad en la vida pública. El gobierno de Putin ha creado un movimiento juvenil llamado Nashi (Lo Nuestro), que está creciendo a gran velocidad, espoleado por las instituciones estatales, cuyas bases ideológicas son la defensa de la Madre Patria y las tradiciones y el matrimonio rusos, así como el rechazo de lo foráneo y extranjero. El movimiento cuenta ya con decenas de miles de activistas que, en la práctica, funcionan como fuerzas de choque en defensa de Putin y su gobierno y en contra de sus críticos. Militantes de Nashi son los que tienen cercadas, gritando eslóganes hostiles, las embajadas de Gran Bretaña y de Estonia en Moscú, a raíz de las querellas entre Rusia y ambos países. Según Financial Times, cerca de sesenta mil miembros de Nashi han sido adiestrados como "monitores" en los procesos electorales. Paul Kennedy analiza también algunos de los textos obligatorios impuestos en las escuelas por el gobierno de Putin, distorsionando la historia reciente para acomodarla a las necesidades del régimen. En ellos, por ejemplo, se enseña a los jóvenes que "entrar en el club de los países democráticos implica rendir la soberanía nacional a los Estados Unidos". Por eso en estos países la democracia ha podido sobrevivir al desorden de la transición. En Rusia no existía esa base y por eso, al igual que en tantos países africanos y latinoamericanos, cuando llegó la libertad se convirtió en libertinaje y más pronto que tarde se desplomó, para que resucitara la barbarie dictatorial. ¡Pobre Rusia!

Donanfer



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