La Mujer Es Aún En El Mundo Ese Oscuro Objeto Del Derecho
(Donanfer)
La Mujer es aún en el Mundo ese Oscuro Objeto del Derecho François Mitterrand fue un hombre complejo y, como tal, controvertido. De su legado ideológico rescato algunas miradas agudas sobre el futuro, un implacable análisis del alma francesa y su compromiso político con la mujer. Mitterrand no fue un misógino enfermizo, como Picasso, ni un clásico macho dominante a la usanza de Einstein, y su figura histórica no reviste tamaña grandeza, pero fue relevante, tuvo luces en sus ideas respecto de la mujer y, amorosamente, habitó en sus sombras. Ahí está, para exaltación de la poesía trágica, la tortuosa relación con la artista Dalida, que, en su suicidio, le dejó sus últimas palabras de amor: "La vie m''est insupportable. Pardonnez-moi". Y el presidente respondió: "El hombre del siglo XXI será mujer". Daba, así, la vuelta al sentido de los chistes de los años sesenta , tan proclives a de ridiculizar la lucha feminista: "Una feminista es una mujer que es todo un hombre"... Un dato ofrecido por Andrés, para enfriar las ilusiones: Estados Unidos está en el puesto sexagésimo séptimo de representación femenina en las cámaras bajas, justo por detrás de Zimbabwe. Sin embargo, una mujer negra es la número dos del gobierno, otra es la presidenta del Senado y asimismo Hillary tiene opciones de llegar a la Casa Blanca. Ese magma de contradicciones es, hoy por hoy, el retrato dual de la situación política de la mujer en un mundo donde algunas de ellas son presidentas y otras sólidas candidatas. Como una mancha de aceite, la mujer ha decidido que su frontera no tiene fronteras y que todos los retos son posibles. "La tercera mujer", como gusta de nombrarla Gilles Lipovetsky, ha iniciado un proceso imparable. Sin duda, la emancipación de la mujer es el aporte más profundo del caótico, contradictorio y aterrador siglo XX. Sin embargo, las luces cohabitan con tanta impunidad con las sombras, que el balance de la situación de la mujer a inicios del siglo XXI derrocha vergüenza tanto como adolece de derechos. En las sociedades libres, nuestros códigos penales persiguen la discriminación. No tenemos mujeres emancipadas, capaces de llegar a los horizontes lejanos que se planteen. Tenemos profesionales agotadas, obligadas a demostrar cada día que son excepcionales, que no son "okupas" del despacho que detentan. Esas mismas profesionales compaginan su competitividad profesional con vidas personales cuya responsabilidad también asumen íntegramente: hijos, trabajo doméstico, familiares ancianos; de la heladera a la plancha, del pediatra a la escuela, las profesionales del siglo XXI han conquistado el derecho legal, pero están lejos de conquistar el derecho cotidiano. Por supuesto, el paradigma masculino está cambiando y ya son muchos los hombres que asumen su responsabilidad, pero estamos lejos de un estatus justo para las mujeres. Alguien lo dijo sabiamente: las mujeres buscan a un hombre que aún no existe, y los hombres buscan a mujeres que ya no existen. No es menor el resto de ítems que configuran el techo de cristal de la mujer actual: discriminación laboral, peores sueldos, mayores dificultades para progresar y, en el rincón más oscuro del problema, la malvada cuestión de la violencia doméstica. Cruel, trágica y opaca. Es falso considerar que la cuestión de la mujer está resuelta, y, aunque su avance sea imparable, está en manos de nuestras sociedades hacer el camino menos doloroso. La igualdad llegará el día en que la mujer tenga el derecho a ser mediocre; como mínimo, tanto como lo son la mayoría de hombres que progresan en la sociedad. Dicho todo ello, todo es menor cuando la mujer que situamos en el horizonte habita en sociedades dictatoriales, sometida a leyes medievales y esclavizada con excusas religiosas tiránicas. Millones de mujeres no tienen derecho a documento propio, no pueden escoger a sus maridos, sufren códigos penales que las esclavizan hasta el delirio, y fácilmente pueden ser condenadas a muerte por delos de honor. Lapidación, mutilación genital (135 millones de mujeres mutiladas en el mundo), matrimonios forzosos, analfabetización y un largo recorrido de violentas indignidades, que convierten a millones de ellas en parias del derecho internacional. ¿Cuántas abogadas, médicos, maestras de escuela, poetas, pierde la humanidad en Arabia, en Yemen, en Qatar, en Emiratos, en Sudán, en Somalia, en Malasia, en...? ¿Cuántas mujeres felices? La violencia legal contra la mujer que ejercen decenas de países islámicos es un acto criminal, cuya impunidad sólo nos da la medida de la iniquidad colectiva. El estómago del planeta ya no soporta la discriminación legal contra negros, gitanos u otra comunidad secularmente discriminada. Pero digiere, sin empacho, las brutales discriminaciones que padecen millones de mujeres en manos de gobernantes islámicos. En nombre de un dios, ulemas, ayatollahs, imanes, tiranos, niegan los derechos fundamentales a sus madres, hijas, esposas, y ello no implica un levantamiento moral de las conciencias comprometidas. Esos mismos tipos que usan celulares vía satélite y que construyen rascacielos con lujo estratosférico mantienen a sus mujeres en la peor opresión. Un grito por tanto silencio cómplice, por tanta palabra negada, por tanto dolor escondido. Pero la realidad opresiva de millones de mujeres anula el siglo de la libertad femenina. No es difícil augurar un siglo XXI donde el machismo criminal cabalgará libre durante décadas, amparado en el perverso uso de la religión, la impunidad de las tiranías y la indiferencia colectiva. Donanfer
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