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Cuarto Rojo
(Lucas Caxeurs)

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CUARTO ROJO
 
 
 
 
Hay un cuarto poblado por una monotonía de colores. Junto a la ventana hombres sucios de tiempo intentan inútilmente asignar un orden en el reinante caos.
 
En las afueras, el día desarrolla una trama del todo ajena al cuarto habitado por individuos que realizan su labor con más indiferencia que atención. En un momento de descanso uno de ellos, tal vez el más joven, se acerca a la ventana a contemplar la solitaria avenida a esas horas. Sin embargo su mirada se encuentra en otro sitio, quizás planee tocar la guitarra por la tarde, algo que hace con más método que sentimiento. Y cuando sus compañeros retornen al trabajo se unirá a ellos.
 
No hay un alma que no sepa en que gastan la mañana estos hombres. En cada rincón de la ciudad se tiene la certeza, detalle por detalle, del trabajo que se lleva a cabo en ese cuarto.
 
Si el trabajo se prolonga más de lo previsto, la buena vecindad cerrará las cortinas, encenderá la televisión, o la radio, dependiendo de cuál de los dos aparatos emita la mayor sonoridad posible. En estas circunstancias se recurre al inmemorial actor de desviar la mirada, de fingir que lo que patentemente está ocurriendo frente a nuestros ojos está en realidad sucediendo muy lejos, tan lejos que es como si no estuviera pasando en está momento.
 
Todos se cuidaran muy bien de no importunar, con su presencia, a los hombres que en un cuarto poblado por diversas tonalidades de un mismo color, realizan imperturbables su tarea, con la misma costumbre que han adquirido en otros cuartos, o en otros sitios, en lo que lo único que se repite, excepto contadas ocasiones, es el color.
 
Cuando finalicen, por que todo trabajo por más difícil que sea se termina, saldrán a la calle, apropiadamente desierta de personas, se saludaran cortésmente. Sabiendo que nunca hablarán de ese cuarto, como tampoco han hablado de los otros, y se dirigirán, cada cuál por su cuenta, a sus respectivas moradas en donde no habitan los colores.
 



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