Howl (aullido)
(Ricardo Méndez Barozzi)
Howl (Aullido): Yo vi a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, muriéndose de hambre, histéricos, desnudos, arrastrándose a sí mismos por las calles de los negros al amanecer buscando una encendida dosis que los enviados de los ángeles, quiénes visten pantalones cortos queman para la celestial y antigua conexión a los dínamos de las estrellas en la maquinaria de la noche, A quiénes la pobreza castigaba, con sus harapos y ojos enfosados, los que se sentaban en las alturas fumando en la oscuridad sobrenatural de las superficies con agua fría, flotando a través de lo más alto de las ciudades contemplando el jazz, Quiénes desnudaron sus cerebros al Cielo bajo Él y vieron iluminados a los ángeles de Mahoma tambaleando sobre el techo de sus pobres habitaciones, Quiénes pasaron a través de las universidades con ojos fríos y radiantes alucinando con Arkansas y la tragedia de la luz de Blake entre los eruditos de la guerra, Quiénes fueron expulsados de las academias por la locura así como la publicación de odas obscenas en las ventanas del cráneo, Quiénes se encogieron en habitaciones cubiertas en ropa interior, quemando su dinero en cestos de basura y escuchando al Terror a través de la pared, A quiénes se les hizo una redada en su vello púbico cuando volvían a través de Laredo con una correa con marihuana para New York, Quiénes tragaron fuego en hoteles multicolores o bebieron aguarrás en Paradise Alley, sobre sus torsos noche tras noche muertos o en el purgatorio, con sueños, con drogas, con pesadillas, con alcohol y un sinfín de grifos abiertos, Ceguera incomparable; calles de nubes temblorosas y encendidas en la mente saltando hacia los polos de Canada & Paterson, iluminando a todos los mundos inmóviles del Tiempo entre la solidez de Peyote de las salas, el patio trasero de los amaneceres en el árbol verde del cementerio, borracheras de vino sobre los tejados, escaparates, barrios de drogones que pasean en autos robados, con las luces de neón del semáforo intermitentes, el sol, la luna y las vibraciones del árbol en los ardientes atardeceres del invierno de Brooklyn, delirios del basurero y el simpático rey de la mente alumbrada, Quiénes se encadenaron a sí mismos a los subterráneos para el paseo sin fin con bencedrina desde Battery hacia el sagrado Bronx, hasta llegar al ruido de las ruedas; donde los niños que les fueron traídos con sus bocas arruinadas y temblorosas, maltratados de modo sombrio en sus cerebros, se llenaron de brillantez bajo la triste luz del Zoológico.
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