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El Demonio Patrono De La Tipografía
(Ricardo Méndez Barozzi)

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Otros oficios tienen sus maestros, otras artes sus santos
patronos, pero sólo los calígrafos pueden aseverar tener un demonio patrono. El
siguiente relato de Titivillus, ese singular diablo medieval, está basado en
exiguos registros escritos, entrelazados con una cantidad de presunciones
libres.

Titivillus fue creado en broma por los monjes medievales para
lograr un propósito serio. La naturaleza repetitiva de la vida monástica era
desgastante. Los monjes solían dejar de prestar la debida atención a su trabajo
y entonces mutilaban o se les escapaban palabras, cometiendo errores
ortográficos. Era necesario recordarles que la falta de atención era un pecado.
La primera mención escrita de Titivillus por su nombre apareció alrededor de
1285 en el Tractatus de Penitentia, de John of Wales. Y el comentario que allí
se hiciera fue repetido a principios del siglo siguiente por Petrus de Palude,
el patriarca de Jerusalén, en un sermón; «Fragmina psalmorum /Titivillus
colligit horum», que, traducido libremente, dice que TitivilIus coleccionaba
trozos de los salmos. Escurriéndose sigilosamente sin ser visto, registraba
cada una de las barbaridades verbales que se decían durante los oficios
religiosos.

Pero los monjes deploraban los errores en la copia y en la
escritura tanto como los que se producían en la lectura y en los cantos
litúrgicos, si bien no existe ningún registro de su interés en los errores de
los escribas con anterioridad al siglo XV.

También se presume que bien puede haber seguido a los monjes
después de la celebración de la misa para interiorizarse de lo que estaba fuera
de regla en el aposento de los calígrafos.

Lo que Titivillus hacía cuando escuchaba o veía un error fue lo
que le otorgó su condición demoníaca. La temprana descripción de John of Wales
aportó otro dato: «Quacque die mille/fvicibus sarcinat ille», corroborado en
varios manuscritos (uno de ellos llamado Arundel 506, folio 46, que se
encuentra en el Museo Británico de Londres). Éste explica que Titivillus estaba
obligado a encontrar diariamente suficientes errores para llenar mil veces su
bolsa, los cuales el Diablo bajaba al infierno, donde cada pecado era
debidamente registrado en un libro con el nombre del monje que lo había
cometido, para ser leído el Día del Juicio Final.

Se podría pensar que la búsqueda de errores por parte de
Titivillus era tarea fácil. En The Cloisters Manuscript ("El manuscrito de
los claustros"), como se lo conoce en la actualidad, producido entre 1325
y 1328, quince santos fueron accidentalmente omitidos en el calendario, y los
nombres de más de treinta de ellos contenían errores de ortografía. Ya
seguramente una bolsa llena.

No obstante, la presencia de Titivillus tuvo su efecto. Los monjes
rápidamente comenzaron a tener más cuidado, y alrededor de 1460 le era
necesario merodear a hurtadillas, con la bolsa casi vacía, alrededor del sitial
del coro, en búsqueda de algunos «janglers,
cum jappers, nappers, galpers, quoque drawers, momlers, forskippers,
overenners, sic overhippers...» (los janglers y los jappers hablan
rápido o en broma, los nappers se quedan dormidos, los galpers bostezan, los
drawers no paran de hablar y los momlers mascullan, los forskippers miran a las
cosas por encima, los overenners no son otra cosa que forskippers más rápidos,
y los overhippers sencillamente lo hacen con más brío).

Titivillus se había quedado corto de pecados y para 1475 se había
tenido que rebajar a incurrir en las diabluras más deslucidas:

En otras palabras, ocultándose furtivamente en
las iglesias donde tomaba nota de los nombres de las mujeres que chismeaban
durante la misa. Pero el diablo debe tener su merecido. En algún momento del
siglo XV cayó en la cuenta de que un diablo astuto tendría que poder seducir a
los escribas para que duplicaran, triplicaran y hasta cuadruplicaran sus
errores y no perdió tiempo en poner en práctica su plan.



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