Resumo de La Señora De Mellyn

Inglaterra, acaballas del siglo XIX. Marta Leigh ?una joven seria, sosaina y, para más inri, poco agraciada? abandona su ciudad natal y toma rumbo al Oeste, hacia las agrestes tierras de Cornualles, con objeto de trabajar como institutriz de la indomable retoña de un terrateniente de la zona, Conan Tremellyn, amo y señor de un vetusto castillo (amén de viudo interesante). Desde el mismo día de su llegada, la joven se apercibe de que algo extraño debió de suceder tiempo atrás entre los pétreos muros que ahora la alojan. Se trata de un misterio del que parecen partícipes tanto los allegados a la familia como la servidumbre de la casa y que parece estar íntimamente relacionado con la trágica desaparición de la esposa de castellano. El choque frontal inicial con padre e hija dará paso, con el tiempo, a una relación de mutuo respeto y distante cordialidad. De este son, la institutriz se irá granjeando la confianza de criados y vecinos, y, con ella, vendrá la revelación de rumores, hablillas y otros secretos referentes a la difunta cónyuge de su jefe y a sus circunstancias. Casi sin comerlo ni beberlo, Marta Leigh se verá a partir de ese momento arrastrada por un rosario de intrigas que la conducirán de lleno hacia la tortuosa verdad que impregna todo el castillo, desde sus hondos cimientos hasta el más alto de sus pináculos.

Esta novela, publicada por primera vez en 1960, es obra de la británica Victoria Holt, una conocidísima autora del género rosa que suele regalarse también bajo algunos pseudónimos. Sin embargo, ?La Señora de Mellyn? se desmarca muy mucho del color fresa ácida; de hecho, la mayor parte de sus páginas adoptan los tintes negros del suspense más acre y, en sus pasajes más amables, los tonos verdosos de los relatos decimonónicos de campiña. (No olvidemos que los ingleses despuntan por su afición desmedida por la naturaleza, el campo y las flores. Oh, yes, very british!) Narrada en primera persona, la novela brota de la mano de la insulsa institutriz en forma del vivo y muy subjetivo recuerdo de una experiencia imborrable, por lo terrible. Su sinceridad en la narración de los hechos ?una sinceridad diría que infantil, o tal vez de adolescente frente a su diario? nos lleva volando hasta los escarpes de las costas de Cornualles, hasta el corazón de sus densos bosques, hasta las lujosas estancias de una mansión empedernida, nos lleva bajo el cielo gris del Atlántico, y también hasta el provincianismo de sus gentes; y nos sumerge minuto a minuto, página a página, en un mar de dudas opresoras del que también nosotros querremos salir vivos o, al menos, cuerdos. La tensión romántica está conducida por la relación amo-sierva, señor-plebeya, rico-pobre, arriba-abajo que mantienen los dos protagonistas principales desde que traban conocimiento mutuo. Un amor latente que por desigual parece imposible, y que cuando da visos de posible también se revela como muy inquietante. Tal vez por ello, su lectura nos trae a la memoria las historias de la envidiada ?Rebeca??obra de la escritora Daphne du Maurier, luego versionada por Hitchcock? y de la optimista pero desgraciada ?Jane Eyre? (Brontë), sin olvidar a la vital y televisiva ?Ana de las Tejas Verdes? (Montgomery). No es ésta una más de tantas novelas rosas al uso. Es por eso que la recomiendo vivamente a todos aquellos que las desprecian por fofas y sensibleras. Ésta no es rosa: es espina. Pincha y lo hace de forma muy muy interesante.
Porque pese a aborrecer las novelas rosas, mi gran amiga Lola sin duda la leería.

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