Biografia De Abraham Sultan
(Samuel Akinin)
El amor de mis amores He querido dejar casi al final uno de los temas que mas me duele recordar, he querido que la tristeza que me embarga no nublara mis recuerdos mientras escribía lo anterior. No hay palabras en el mundo que puedan decirse para transmitir el dolor que causa la perdida de un ser querido y mas aún, el de la compañera de toda la vida. Pero es justo y necesario que hablemos de mi querida e inolvidable esposa Dora. Saben como les conté que ella vino de Maracaibo, nos conocimos y, sin querer dejamos pasar un par de años hasta nuestro nuevo encuentro. Me aceptó como marido a sabiendas que estaba dando los primero pasos para independizarme, ella fue el motor que no se ve, pero que empujó mis ilusiones, ella con su suave manera de tratarme, con aquella hermosa paz espiritual que la invadía y que nos contagiaba, ella, y no otro debería ser el protagonista de este libro. Dora, fue no solo compañera, una madre como pocas, una esposa abnegada, dispuesta, complaciente y capaz de mover el sol, con tan solo darme un gusto. Desde que nos casamos hasta los últimos días se esmeró siempre en hacerme platillos que complacieran mis gustos. Desde siempre, Dora con aquel corazón inigualable, hacia sentir nuestro hogar como el rincón más solícito y cálido. Cada semana se esmeraba en preparar los platos, que sabía eran los favoritos de cada uno de sus hijos y hasta de los nietos, ella, supo dar las lecciones justas, para ver lo que hoy disfruto en sus hijas e hijos, esa moral de una calidad envidiable, ese don de dar, con un sentir judío, esa manera de hacer, de coser para orgullo de los suyos. Ella nos enseño mucho, todo, de ella aprendimos que el placer y la satisfacción de los demás hay que lograrlo con la entrega sincera, con la carencia del tiempo, con afecto y con amor. En cada rincón, en cada sitio, en cada espacio de mi casa esta ella, siempre nos acompaña en su memoria en sus dichos, en su dulce toque, en su exquisita manera suave de hablar y hacerse sentir. Vivimos con la riqueza de su recuerdo, de sus hechos, de su amor y, sabemos que fuimos afortunados con habérnosla dado Dios. Pero un día como los habituales, mirando la televisión, sintió mucho frío, ella como maracucha sufría por ello, se fue a dormir al cuarto de huéspedes pues suponía y como en verdad hice, que me quedaría viendo un par de películas. Era sábado, terminé de ver la televisión entrada la madrugada, fui como de costumbre a mirarla, a verla, a llenarme con su presencia. La vi dormida, tranquila, plácida, dulce, viva. Para no molestarla me fui a nuestro cuarto que estaba al lado y al poco, cansado, me dormí. Dicen nuestros libros sagrados que las almas buenas y nobles, lo que solemos llamar los Ángeles, ellos se mueren en Sábado, esto lo hacen para que su familia, no los pueda velar, para que el dolor de la partida sea menos dolorosa y, así ellos se van con un poco más de tranquilidad, no podría ser de otro modo. Recuerdo al despertar y recibir la noticia, no lo podía creer, me acerqué a su cama, no como un marido, como alguien pretencioso, puedo asegurarles que en ese momento me sentí como su hijo, la vi, su rostro mostraba una serenidad angelical, parecía una niña, el viaje a dar la hizo rejuvenecer, no mostraba signos de miedo o dolor. Nos comenzaba a mostrar ternura, paz, y, exigía de nosotros lo mismo. La abrace en un abrazo eterno, sin temporaneidad, absorbí en ese instante la suficiente energía de vida para poder seguir viviendo, entendí que debía seguir apoyando a los míos, cosa que sigo haciendo, como también, que sigo sintiendo, ella, me acompaña cada día más
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