La Vida Quebrada
(Donanfer)
La vida quebrada Todas las edades. Yasmín, que tenía doce añitos al morir. Carla, con diecisiete; Ingrid, con dieciocho; Mariela, con diecinueve, que buscaban su primer empleo en la bolsa de trabajo de la Asociación Mutual. Eugenio era boliviano; tenía diecisiete años y ayudaba en unas obras de reparación. Ibrahim Hussein Berro, militante de Hezbollah, fue el actor material de la matanza, y su "martirio" se honra con una fastuosa placa en el sur del Líbano, allí donde las milicias chiitas han creado su particular Jihadistán. El "partido de Dios", dedicado a convertir la bondad teológica en una maldad terrenal, conseguía, así, ser el autor del atentado terrorista más importante de la historia argentina. En el Líbano, con sus misiles tierra-tierra Al-Fajr, iraníes; sus temibles Toophan -versión de los misiles estadounidenses antitanque TOW-; los sirios de alcance medio; decenas de miles de piezas de artillería ligera; aviones iraníes no tripulados Mahajer-4 y un ejército de miles de personas, es el auténtico brazo armado de Irán en la zona. Reclamemos justicia", los familiares y amigos alzaremos nuestro recuerdo por las ochenta y cinco personas brutalmente asesinadas en la AMIA. Sus vidas quebradas serán el motor de nuestro compromiso moral. Sin embargo, la AMIA no sólo es recuerdo de la tragedia. También es el sonoro clamor de años de impunidad, encubrimientos y mentiras, en un largo proceso judicial errático y turbio que, finalmente, ha llevado al ex juez federal Juan José Galeano y al ex titular de la SIDE Hugo Anzorreguy a ser procesados. Así, un auténtico acto de guerra perpetrado por un país contra otro -la autoría iraní ha sido demostrada por el fiscal Nisman- se convirtió en una estricta "cuestión judía" y dejó de ser patrimonio argentino. Reveló la fabricación de pistas falsas por parte de la "inteligencia" argentina, rastreó el origen del atentado en la reunión que tuvo lugar el 14 de agosto de 1993 en la ciudad iraní de Maashad, puso en evidencia al juez Galeano, que imputó falsamente a policías bonaerenses con quienes tenía cuentas pendientes. Finalmente, en su fascinante dictamen de ochocientas un páginas, Nisman hizo lo impensable: no culpó a "radicales iraníes", sino al régimen de Irán como instigador y a Hezbollah como ejecutor de la matanza. Ocho son los nombres imputados: Ali Rafjansani, ex presidente de Irán; Ali Fallahiján, ex ministro de seguridad; Ali Akbar Velayati, ex canciller; Moshen Rezai, ex comandante de los Pasdarán; Imad Fayez Moughnieh, ex jefe del servicio de seguridad exterior de Hezbollah; Ahmad Reza Ashgari, secretario de la embajada de Irán; Ahmad Vahidi, ex comandante de la unidad de elite Al-Quds, y, finalmente, Moshen Rabbani, ex consejero cultural de la embajada en la Argentina. Por supuesto, abandonó la argentina el día del atentado. Como asegura el notable ensayista Gustavo Perednik, Nisman ha sido la esperanza blanca y, contra todo pronóstico, ha cumplido con su cometido profesional y con su compromiso ético. Merece también un aplauso el juez Rodolfo Canicoba Corral, quien no dudó en firmar la resolución contra los imputados iraníes y declaró el atentado contra la AMIA como un crimen de lesa humanidad. Trece años después del atentado, los verdugos parecen no ser tan impunes y las víctimas parecen no estar tan solas. El lúcido analista Julián Schvindlerman lo escribió en la revista Comunidades : "Junto con el imperativo ético de honrar la memoria de los caídos, tenemos un obligación práctica y moral de prevenir una repetición de análogas tragedias en el futuro". Esta es la cuestión en su raíz: situar el atentado de la AMIA en el mapa de un terrorismo que ha convertido al mundo en la línea de fuego de su unilateral guerra, y que en la AMIA hizo las pruebas de laboratorio. La misma muerte que laceró a ochenta y cinco familias argentinas ha teñido de sangre el mapamundi. ¿Contamos? Más de doscientas en Kenya; cuatro mil en Estados Unidos; doscientas en Madrid; centenares, en Turquía; cuatrocientas en Bali; casi un centenar, en Londres; cuatrocientas en Beslan; centenares, en Bombay, y todo ello sin contar los miles que suman los atentados en Irak, Afganistán e Israel. Su ambición es imperial. Su ideología es totalitaria. Si algo está uniendo a las diferentes corrientes del islam fundamentalista es la guerra contra la modernidad, entendida la modernidad como el conjunto de valores que garantizan la libertad. Por eso, los atentados de Buenos Aires contienen una carga tan simbólica, porque fue alli, un 18 de julio, y un 17 de marzo después, donde el terrorismo islámico empezó a mostrar su manual de estilo: muerte civil, arbitraria y masiva; gran capacidad tecnológica y financiera; gran libertad de movimientos, protegido por cancillerías de países miembros de la ONU, y una finalidad de largo plazo que, con la práctica del terror, busca la destrucción de las libertades en los países democráticos. Si además se benefician con una justicia corrupta o una indiferencia ciudadana, como pasó con la AMIA, el éxito es rotundo. Por ello, la muerte en la AMIA es una herida en el mundo. Donanfer
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