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El Monstruo Del Lago
(Donanfer)

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El monstruo del lago
Érase una vez la hija de un poderoso rey. Se llamaba Untombina y era muy valiente. En el país en que ella habitaba existía un lago encantado al que ningún ser humano se acercaba. Untombina había oído hablar con frecuencia del Monstruo y también sabía dónde estaba el lago que aquél habitaba. Sucediéronse lluvias torrenciales en todo el país, y las tierras quedaron inundadas; entonces Untombina dijo a sus padres: - Yo quiero ir a ver al Monstruo del lago para preguntarle si podría hacer cesar esta lluvia pertinaz. Pero su padre, el Rey, se lo prohibió, y su madre derramó abundantes lágrimas a la sola idea de lo que pudiese suceder, ya que era terca Untombina, y lo más fácil de suponer era que el Monstruo la devorase. En consecuencia, la muchacha permaneció en casa, más que por la prohibición paterna y los llantos de la madre, porque, estando el país inundado, se hacían los caminos intransitables. Vistióse como una novia. Salieron juntas por las puertas del poblado. Untombina en medio y cien muchachas a cada lado del camino, formando como una Corte de honor. Riendo y cantando caminaban las jóvenes, como si llevaran a la novia al novio,. Los hombres se acercaban y contestaban que ellos encontraban a todas muy lindas, pero ninguna comparable con Untombina. Luego proseguían su camino. Era un alegre, espectáculo ver a aquellas encantadoras jóvenes caminando jovialmente, ataviadas con primor y luciendo sus mejores joyas, refulgentes al sol, y sus collares y brazaletes de ricas perlas. Declinaba el día cuando las bellas muchachas llegaron al encantado lago. Y, al llegar, se despojaron de todas sus galas y saltaron al agua fresca y cristalina para bañarse a los últimos rayos del sol. ¡Qué alegres estaban las lindas negritas! Chapoteaban, así se tiraban unas a otras agua del lago, brincaban, saltaban y nadaban alborozadas. Realmente ya era hora de abandonar el placer del lago. - ¡Oh, oh, oh! - gritaron a una ­ ¡Mira, Untombina, el Monstruo del lago nos ha robado todas nuestras prendas y joyas! ¿Qué hacemos ahora?... Oh, Untombina, ¿qué hacemos ahora? Gritaban tan fuerte como podían; tan sólo Untombina permanecía indiferente y altiva, contemplando a las muchachas asustadas. Pero Untombina rehusó, altiva, la proposición. - Yo soy la hija del rey - dijo - y no pienso humillarme ante el Monstruo. Y diciendo esto se apartó de las otras muchachas que, entre lágrimas y sollozos, suplicaban al Monstruo les devolviese sus tesoros. -¡Oh, señor de este lago - clamaron - devuélvenos nuestras preciosas joyas y ricos vestidos! No quisimos hacerte ofensa ni daño. Fue Untombina, la hija de nuestro rey, la que aquí nos trajo. Y entonces, de repente, vestido tras vestido, aro tras aro, collar tras collar, brazalete tras brazalete, empezaron a caer como llovidos del cielo sobre la orilla del lago. Y, al cabo de un corto espacio de tiempo, las doscientas muchachas, que habían acompañado, a Untombina estaban vestidas y dispuestas a regresar al poblado. Tan sólo Untombina no se había vestido. Altiva, permanecía erguida con los brazos cruzados sobre su pecho y, cuando las muchachas le rogaban que pidiera al Monstruo que le devolviese sus vestidos y sus joyas, ninguna palabra salió de sus labios. - Oh, Untombina, hazlo, por favor. Pídeselos, Untombina - le suplicaban las muchachas. Pero Untombina se irguió más altiva y más orgullosa aún, tanto que a los ojos de sus compañeras no parecía tan linda, y contestó: - Jamás. Yo soy la hija de un rey y no suplico a nadie. Cuando el Monstruo del lago oyó estas palabras, salió a flor de agua, se apoderó de la orgullosa muchacha y se la tragó. Lanzando gritos de terror las muchachas huyeron como galgos y al llegar al poblado contaron lo que le había ocurrido a la hija del rey. Pero aguardad, muy pronto, la libertaremos de las garras del Monstruo. Y ordenó: - ¡Mis guerreros, armaos de vuestros escudos, lanzas, hondas, arcos y agudas flechas! ¡Vamos a libertar a mi hija! Pronto todo un ejército de guerreros negros se puso en marcha hacia el lago encantado. El Monstruo asomó la cabeza fuera del agua, y al ver a tantos guerreros, abrió su descomunal y gigantesca boca y se tragó a un sinfín de ellos con la facilidad con que antes se tragara a Untombina. Su enorme cuerpo parecía que iba agrandándose por momentos, y era verdaderamente espantoso ver cómo perseguía a los que intentaban salvarse; y así fue la persecución hasta las puertas del poblado. Pero junto a la puerta estaba el rey con la más aguda de las lanzas que poseía y se enfrentó con el Monstruo, cuyo cuerpo se extendía por casi sobre una legua de distancia, ¡tan enormes eran sus proporciones! El viejo rey era un valiente guerrero muy diestro en el arte de batallar, y supo al instante dónde tenía que atacar a su enemigo. Primero le hundió la lanza en la garganta y luego le hizo un agujero en un costado. Por este costado empezaron a salir todos sus guerreros y finalmente la valerosa Untombina, más altiva que nunca. El rey la tomó de la mano y la acompañó en triunfo hasta su madre, que tanto había llorado por ella. Afortunadamente el Monstruo fue muerto, y el lago donde habitaba quedó, desde aquel instante, desencantado.
Donanfer



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