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Benek Sobreviviente Del Holocausto
(Samuel Akinin)

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 1.914. Me llamo Benek Jelinowski Hirschorn, tuve tres hermanos, un varón y dos hembras; fui el menor de ellos,  Mi madre, Mindel Bialopolski, tenía yo escasos siete años cuando ella murió, quedamos huérfanos de padre y madre.  Nuestra hermana mayor apenas contaba con diez años de edad y mi hermanito hacía tres años que había muerto por las fiebres.  Se organizaron los polacos, empezaron los pogroms, mi alumno y amigo recién graduado de abogado, Bohdan entró a trabajar dentro de la policía ucraniana. Su verdadera intención, aunque muchos no lo creerán, era la de estar al tanto de los movimientos antisionistas.  gritó; ¡judío!, ¿por qué saltaste?, ¿qué quieres?. En forma de reverencia, inclinándome, sin mirarle a la cara, le dije: "Excelentísimo, honorabilísimo y respetado señor; vine a buscar a mi hijo, a mi único hijo. Con naturalidad, preguntó si  mi supuesto hijo se encontraba en ese campo. Dije sí, , me autorizó a aproximarme a la cerca y que si encontraba a mi hijo, lo llevara conmigo. Costumbres de nuestros antepasados han legado los padres a los hijos, algunas o mejor dicho en su gran mayoría, de ayuda y beneficio para las generaciones venideras. Otras, las menos, a veces nos han perjudicado. Escuché en mi casa que no podíamos silbar. Esa era la única forma posible de comunicarme y no sabía silbar. ¿Cómo?, ¿de dónde?, no lo sé, pero como si yo fuera el mejor silbador de la tierra, mis pulmones soplaron como nunca. La música salió de mis labios de forma tal, que hasta yo mismo me asombré, aún no me lo explico, fue la primera y la última vez que lo hice. Mi sobrino, al escuchar la música se incorporó y me buscó. Ese fue el encuentro de dos seres condenados en un mismo día a la muerte, que regresan del camino de la oscuridad y vuelven a la vida.  Como si fuéramos padre e hijo, nos abrazamos. Desde ese día, ya no lo consideré más mi sobrino, era mucho más que eso. Abrazados salimos del  campamento; agradecimos al oficial su benevolencia, con muchísimas reverencias y éste a su vez con una sonrisa pícara nos saludaba en señal de despedida. Su sonrisa decía mucho, podía leer en su rostro, que  lo que nos estaba dando era una pequeña prórroga, pero que nuestro fin al igual que el de los demás  sería el mismo. La muerte. Vivimos durante nueve meses escondidos en los  sótanos de  unos edificios semi destruidos, mis hermanas, mi cuñado, mi sobrino y yo; gracias a muchos amigos  como Bohdan, pudimos sobrevivir, ellos arriesgando su propia vida nos proveyeron de alimentos y demás. Habíamos sido apresados y todos logramos escaparnos, escondidos en casa de mis amigos fuimos trasladados de uno en uno hacia el sector mas dañado por los bombardeos; tres amigos no judíos nos escoltaban y nos escondían mezclados entre ellos durante el trayecto. Para los ucranianos descubrir a los judíos era cosa fácil; el temor que reflejaban nuestros rostros, al igual que la imagen del hambre eran unos de los motivos que nos delataban con mayor frecuencia. Cada vez que éramos llevados hacia lo que fue durante tanto tiempo nuestro escondite, cuando el miedo y el frío nos hacía temblar, el destino se divertía con nosotros. Para poder llegar al sitio, debíamos  de pasar por un paso de trenes. Siempre que esto sucedía, las barandas de protección estaban bajas, señal de que se acercaba algún tren. A cada uno de nosotros nos pasó lo mismo, quizás fue una prueba a la amistad, ninguno de nuestros amigos se acobardó. En mi turno, no solamente la barrera estaba bajada, sino que un militar ucraniano al vernos se acercó a nosotros, con el frío y todo, comencé a sudar, temblaba de pavor, me di por preso. Ya, a pocos pasos de mi, me pidió un cigarrillo. No me imagino cómo  no se dio cuenta de mi estado, al tratar de acercarle el cigarrillo, mi mano y mi cuerpo temblaban y lo peor era que el tren no terminaba de pasar, la angustia se apoderó de nosotros. Nos dimos cuenta de nuevo, que nadie muere en la víspera. Llegado el mes de julio de  1.945 fuimos rescatados, salimos de la  ratonera en que estábamos, nuestros cuerpos estaban deshechos  por  la falta de ejercicio, la falta de luz, por el exceso de miedos, temores, por las carencias de todo tipo de cosas y comodidades, por la falta de alimentación. Pero debo recalcar que ante todo, damos gracias a Dios todo poderoso porque  luego de todas las cosas que nos sucedieron, logramos pasar vivos los años de la guerra y los cinco miembros de mi familia fuimos sobrevivientes de ese infierno.        Samuel Akinin Levy



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