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La Mancha Hiptálmica
(Horacio Quiroga)

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La mancha hiptálmica
 
?¿Qué tiene esa pared? ?preguntó alguien Levantó también la vista y miró. No había nada. La pared estaba lisa, fría y totalmente blanca. Sólo arriba, cerca del techo, estaba oscurecida por falta de luz. Otro a su vez alzó los ojos y los mantuvo un momento inmóviles y bien abiertos, como cuando se desea decir algo que no se acierta a expresar. ?¿P... pared? ?formuló al rato. Esto sí; torpeza y sonambulismo de las ideas, cuánto es posible. ?No es nada?contestó el hombre?. Es la mancha hiptálmica. ?¿Mancha? ?. . . hiptálmica. La mancha hiptálmica. Éste era nuestro dormitorio. La mujer (su mujer ) dormía de aquel lado... ¡Qué dolor de cabeza tenía!... Estaban casados desde hacía siete meses y anteayer murió. ¿No es esto?... Es la mancha hiptálmica. Una noche -recuerda bien- sui mujer se despertó sobresaltada. ?¿Qué dices? ?le preguntó el inquieto. ?¡Qué sueño más raro! ?le respondió, angustiada aún. ?¿Qué era? ?No sé, tampoco... Sé que era un drama; un asunto de drama... Una cosa oscura y honda... ¡Qué lástima! ?¡Trata de acordarte, por Dios!?la instó el, vivamente interesado. La mujer hizo un esfuerzo. ?No puedo. . . No me acuerdo más que del título:--dijo la mujer.- La mancha tele... hita... ¡hiptálmica! Y la cara atada con un pañuelo blanco. ?¿Qué? . . . ?Un pañuelo blanco en la cara... La mancha hiptálmica ?¡Raro! ?murmuró el, sin detenerse un segundo más a pensar en aquello. Pero días después sui mujer salió una mañana del dormitorio con la cara atada. Apenas la vio, recordó bruscamente y vio en sus ojos que ella también se había acordado. Ambos soltaron la carcajada. ?¡Si... sí! ?se reía, ella?. En cuanto me puse el pañuelo, me acordé... ?¿Un diente?... ?No sé; creo que sí... Durante el día bromeamos aún con aquello, y de noche mientras la mujer (su mujer ) se desnudaba, le gritó de pronto desde el comedor: ?A que no... ?¡Sí! ¡La mancha hiptálmica! ?le contestó riendo. Se echó a reír a su vez, y durante quince días vivieron en plena frenesí amoroso . Después de este tiempo breve (o no tan breve ) de aturdimiento sobrevino un período de amorosa inquietud, el sordo y mutuo acecho de un disgusto que no llegaba y que se ahogó por fin en explosiones de radiante y furioso amor. Una tarde, tres o cuatro horas después de almorzar, la mujer, (la mujer de él), al buscarlo y no encontrarlo, entró en su cuarto y quedó sorprendida al ver los postigos cerrados. Lo vio en la cama, extendido como un muerto. ?¡Federico!? le gritó corriendo hacia el. No contestó una palabra, ni se inmutó. Y era ella, mi mujer! ¿Entienden ustedes? ?¡Déjame! ?se deshizo de ella con rabia, volviéndome a la pared. Durante un rato el no oyó nada. Después, sí: los sollozos de sui mujer, el pañuelo hundido hasta la mitad en la boca. Esa noche cenaron en silencio. No se dijeron una palabra, hasta que a las diez su mujer lo sorprendió en cuclillas delante del ropero, doblando con extremo cuidado, y pliegue por pliegue, un pañuelo blanco. ?¡Pero desgraciado! ?exclamó desesperada, alzándole la cabeza?. ¡Qué haces! ¡Era ella, su mujer! Le devolvió el abrazo, al mismo tiempo que le daba un beso apasionado en plena boca. ?¿Qué hacía? ?le respondió el?. Buscaba una explicación justa a lo que les estaba pasando. ?Federico... amor mío... ?murmuró ella Y la ola de locura los envolvió de nuevo, como siempre.........como la primera vez Desde el comedor el oyó que ella?allí mismo?se desvestía. Y aulló con amor: ?¿A que no?... ?¡Hiptálmica, hiptálmica! respondió riendo y desnudándose a toda prisa. Cuando entró, lo sorprendió el silencio considerable de aquel dormitorio. Se acercó sin hacer ruido y miró. La mujer SU mujer estaba acostada, el rostro completamente hinchado y blanco. Tenía atada la cara con un pañuelo. Corrió suavemente la colcha sobre la sábana, se acostó en el borde de la cama, y cruzó las manos bajo la nuca. No había allí ni un crujido de ropa ni una trepidación lejana. Nada. La llama de la vela ascendía como aspirada por el inmenso silencio. Pasaron horas y horas. Las paredes, blancas y frías, se oscurecían progresivamente hacia el techo... ¿Qué es eso? No sabía ......nadie sabía........... Y alzó de nuevo los ojos. Los otros hicieron lo mismo y los mantuvieron en la pared por dos o tres siglos. Al fin los sintió pesadamente fijos en el. ?¿Usted nunca ha estado en el manicomio? ? le dijo uno de los hombres por fin. ?No que yo sepa. ..?respondió . ?¿Y en presidio??insistió ?Tampoco, hasta ahora... ?Pues tenga cuidado, porque va a concluir en uno u otro. ?Es posible. . . perfectamente posible...?repuso procurando dominar su confusión de ideas. Salieron. Nuestro protagonista de la historia estaba seguro de que habían ido a denunciarlo, y acabo por tenderse en el diván: como el dolor de cabeza continúa, se ha atado la cara con un pañuelo blanco.
 
Donanfer



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