La Literatura En La Escuela
(ZILBERMAN, Regina)
Los primeros libros para niños fueron producidos al final del siglo 17 y durante el siglo 18. Antes de esto, no se escribía para ellos, porque no existía infancia. Según Zilberman (1998), antes de la constitución del modelo familiar burgués, no existía una consideración especial hacia la infancia. No era percibida como un tiempo diferente, ni el mundo de los niños como un espacio separado. Pequeños y grandes compartían los mismos eventos, sin que ningún lazo afectivo especial los acercara. Una nueva valorización de la infancia generó una mayor unión familiar, e igualmente los medios de control del desarrollo intelectual de los niños y el manejo de sus emociones. Por un lado, un vínculo de orden práctico perjudica la recepción de las obras: un joven no quiere recibir la enseñanza por medio del arte literario; y la crítica desprestigia globalmente la producción destinada a los pequeños, anticipando la intención pedagógica, sin valorar los casos específicos. Por otra parte, el aula es un espacio privilegiado para el desarrollo de gusto por la lectura, así como para el intercambio de la cultura literaria, no pudiendo ser ignorada ni mucho desmentida su utilidad. Resulta vital un direccionamiento de estas relaciones, de modo que se transformen, eventualmente, en el punto de partida para un diálogo nuevo y saludable entre el libro y su pequeño lector. Según Ziberman (1998) fueron las modificaciones ocurridas en la Edad Moderna, fortalecidas en el siglo 18, las que propiciaron el ascenso de modalidades culturales como la escuela, con su organización actual y los géneros literarios dirigidos a los jóvenes. Con la decadencia del feudalismo, se rompieron los lazos de parentesco que era uno de los respaldos de este sistema, basado en la centralización de un grupo de individuos unidos por lazos de sangre y favores, compartiendo tierras, bajo un señor de origen aristocrático propietario de las tierras. La literatura proviene, en síntesis, de la ficción y la realidad, que tiene amplios puntos de encuentro con lo que el lector vive. Así, por más exagerada que sea la fantasía del escritor, o más distanciadas y diferentes las circunstancias del espacio y del tiempo dentro de las cuales una obra es concebida, la señal de su supervivencia es el hecho de que ésta continuá comunicándose con su destinatario actual, porque todavía habla de su mundo, con sus dificultades y soluciones, ayudándolo a conocerlo mejor. De esta manera, aunque comparten una función, literatura y escuela no se identifican, sí bien esta última ha sido pretexto para justificar el uso de las obras de ficción en el aula con un objetivo únicamente pedagógico. Y, si esto ya representó la sujeción del arte a la enseñanza, puede ser posible investigar que ofrece como contrapartida este modelo, en el cual la didáctica se somete a las virtudes cognitivas del texto literario. Nuestra formulación es lo último que puede romper las barreras entre la escuela y la colectividad, reintroduciendo al estudiante en el presente y haciendo que éste ejerza un papel activo en este proceso. La literatura infantil sólo podrá alcanzar su verdadera dimensión artística y estética con la superación de los factores que intervienen en su generación. Por eso, el valor literario emergerá de la renuncia a lo normativo, lo que implica el abandono de punto de vista adulto, la ampliación del horizonte temático de las representaciones y la incorporación de un lenguaje renovador, atento a los discursos de vanguardia, a las modalidades de parodia, en fin, acompañando la evolución del arte literario, que se presenta siempre como ruptura y no como obediencia. Es el ascenso de la ideología burguesa a partir del siglo 18 lo que modifica esta situación: promoviendo la distinción entre el sector privado y la vida pública, entre el mundo de los negocios y la familia; provocando con esto una división en la existencia del individuo, tanto en el ámbito horizontal, oponiendo el trabajo y la casa; como en el vertical, separando la infancia de la edad adulta y relegando la primera a la condición de etapa preparatoria para los compromisos futuros. Promoviendo la necesidad de formación personal de tipo profesional, cognitivo y ético, la pedagogía encuentra un lugar destacado en la configuración y la transmisión de la ideología burguesa. El lugar de la adaptación de la literatura infantil es de naturaleza estructural, en la medida en que comprende todos sus aspectos y determina el tratamiento del nudo, el estilo, la apariencia del libro, etc. Ésta procura hacer ameno el otro lado de la asimetría de la que proviene, la cual es una fuerte influencia de adulto, que es quien cría a los niños. Así y todo, ésta no llega a ser completamente anulada, y la introducción del concepto de adaptación, siendo una relativización del lugar del adulto en los libros para la infancia, solamente acentúa ese hecho. Mediadora entre los polos de comunicación, la adaptación refuerza su existencia diferenciada, denuncia el factor direccional de la literatura infantil, dándoselo exclusivamente al adulto para la crianza, y revela la condición ideológico de los textos, que puede oscilar entre un papel condicionante y uno emancipador, pero que no traspasará estos límites inmediatos. En conclusión, la Literatura Infantil, más que nunca, es fundamental en la formación
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