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Las Concesiones Mineras
(BOLIVAR LOPEZ PANTOJA)

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Las concesiones mineras

La cordillera del Cóndor es una cadena montañosa de mediana altitud; sus elevaciones ?pico? no exceden los 1.500 metros, descendiendo sus estribaciones poco a poco hasta desaparecer en la exuberante llanura amazónica. Podemos decir que estos ?cerros? son un complemento de la Gran Cordillera Oriental Andina que se extiende desde Venezuela hasta la Patagonia, en el extremo sur Chileno.
En una de sus estribaciones y en territorio ecuatoriano se encuentra la zona de Nambidja con un potencial aurífero formidable; esta conectada por carretera con la ciudad de Loja y habitada por una población flotante de miles de compatriotas que en condiciones de vida infrahumanas, tratan de arrancar el precioso metal a las entrañas de la montaña.
La extracción del oro se realiza de manera totalmente rudimentaria y peligrosa, lo que provoca lamentables accidentes en muchas ocasiones,
Actualmente las autoridades municipales hacen muchos esfuerzos por crear una infraestructura sanitaria para la población, pero hasta el presente la cruda realidad de Nambidja es lodo, pobreza, anhelos y desesperanza. Sin embargo ¡sorpresa!, hombres, mujeres y especialmente niños lucen pesados y gruesas cadenas de oro puro, sin que nadie intente arrebatarles de sus cuellos o muñecas.
En estas condiciones, un sector del ejército analizo cuidadosamente la situación, concluyendo que con una inversión económica adecuada, equipo minero moderno y personal capacitado, podrían obtenerse excelentes resultados en la extracción del áureo metal.
Con permisos obtenidos legalmente del gobierno, esgrimiendo hábilmente el peligro peruano en la frontera sur, el grupo militar obtuvo un permiso discrecional a su favor.
Con cláusulas amañadas, enmiendas y salvedades escritas con letra menuda que en la mayoría de los casos pasan desapercibidas, los uniformados obtuvieron el control total de las minas de Nambidja. Su propósito original, su ambición y codicia habían triunfado y el pueblo desesperado y engañado una vez más había perdido, siendo despojado de una riqueza que legalmente le pertenece.
La acción punitiva del ejército no se hizo esperar. Desalojo por la fuerza a los trabajadores y otros, la minoría, los reintegro al trabajo con remuneraciones miserables que los hundió más en la desesperación y miseria.
Un aforismo bien conocido menciona que la verdad es hija de Dios.
Pues bien, en principio los militares ofrecieron que el 10% de los beneficios que se obtuvieran de la explotación del oro de las minas, se repartirían entre los gestores de la empresa, después de pagar sus emolumentos al personal auxiliar, trabajadores, etc.
Las regalías obtenidas fueron empleadas adecuadamente en el entrenamiento y equipamiento de las fuerzas armadas. Cuando sobrevino la crisis militar con el Perú, el ejercito rechazo victoriosamente las incursiones armadas peruanas y están fueron divididas y aisladas de sus bases de aprovisionamiento, hecho contundente que amenazaba con liquidar militarmente a 65.000 soldados peruanos.
Las ventajas obtenidas en la campaña del valle del Cenepa, lamentablemente se perdieron en la mesa de negociaciones, obteniendo el Perú todo lo que exigió.
La frontera quedo definida por las alturas de la cordillera del Cóndor en forma temporal; esto es, hasta que los sueños hegemónicos de restaurar el imperio incásico del Tahuantinsuyo se reaviven en el país del sur.
Actualmente, el reparto de las utilidades que genera la explotación aurífera es así: 20% pago al personal administrativo y trabajadores; 20% a fondo para la defensa nacional denominado ?regalías? y 60% para los altos jefes militares que controlan el negocio. De esta manera, el oro de Nambidja a enriquecido a altos jefes castrenses, empobrecido a un vasto sector popular ecuatoriano y solidificado el imperio económico norteamericano, pues millares de ladrillos de oro puro de la mejor calidad reposan apaciblemente en las gigantes instalaciones del fuerte Knox.
El descubrimiento en la zona de Intag, situada en el occidente de Otavalo, en la provincia de Imbabura, sector agrícola y ganadero por excelencia, de yacimientos de oro, cobre, tungsteno y otros valiosos metales, ha despertado la codicia de los sectores del drama de Nambidja. Ellos también quieren aprovechar las bondades minerales de la zona en beneficio personal, creando hambre y zozobra en esa paradisíaca región.
En el terreno de la realidad cruda, ya se han suscitado ciertas acciones coercitivas e intimidatorias contra el elemento civil desarmado. Para ello se han empleado elementos, perros entrenados y helicópteros artillados. ¿Qué hará el gobierno en estas circunstancias preñadas de prepotencia, astucia, codicia, abuso e ignorancia? Es necesario resaltar con claridad meridiana que la población necesita explotar y aprovechar su riqueza mineral en la mejor forma; aun el país debe beneficiarse prácticamente de estos dones naturales y no cuatro ambiciosos jerarcas militares que se imaginan que esos bienes existen únicamente para su beneficio.
El gobierno debe tomar cartas decisivas en estos espinosos asuntos y arbitrar las medidas tinosas, adecuadas y diplomáticas indispensables para que el esfuerzo tesonero que significa el arrancar el precioso metal al subsuelo vaya a favor de una autentica prosperidad de las masas populares desposeídas y no a los bolsillos suculentos de militares de alta graduación.
Ellos al fin y al cabo, reciben excelentes remuneraciones del Estado Ecuatoriano por sus eficientes servicios al país. En consecuencia, con altruismo, altivez, hidalguia, y elevado renunciamiento, deben ceder sus intereses a favor de los desheredados de la nacion. Eso es hacer Patria. ¡No lo olviden!



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