De Luz Pura
(MERCEDES C. M.)
DE LUZ PURA . Caminaba despacio buscando el número de su camarote. Número 15, leyó en la puerta. Introdujo la llave en la cerradura, se fijó en alguien que tres puertas más a su izquierda entraba en la habitación. El individuo moreno de estilo europeo también miró hacia ella. Entró en el camarote. Era amplio, con los muebles necesarios, y una vez que descorrió las cortinas quedó decorado por el precioso paisaje que se veía a través de la ventana: el grandioso Nílo con la arena de su orilla salpicada de palmeras y de algunos habitantes con sus chilabas protegidos del sol por sus tocados árabes. El ventanal era enorme, parecía una gran pintura de contenido variable según avanzaba el barco por las aguas del legendario río. Se quedó un instante al calor del sol que entraba por la ventana, sentada en la cómoda butaca. Apareció una pequeña barquita con una joven pareja que acurrucados, ella en el pecho de él, y el sobre el brillante cabello de ella disfrutaban de las mieles de su amor, mecidos por el sereno discurrir del río en aquel punto. Le vino a la memoria aquel tormentoso amor cuya separación tanto la perturbó, pero las circunstancias no la dejaron otra alternativa. Prefería estar allí sola, que estar con aquella persona que le hacía sentirse tan sola. No era la primera vez que pasaba por una vivencia de ese tipo. Empezando por su primer amor, una apasionada relación a los diecisiete años con un joven de su edad. Un pintor de mentalidad de corte bohemio-hippie y corsé familiar infranqueable. El primer beso fue como una experiencia de levitación trascendental en la que los átomos de ambos se unieron por lazos de ternura y efervescencia de hormonas recién despiertas con deseos de perpetuidad. Después se vio que el exterior no acompañaba y llegó la ruptura. Aquello dolió, pero no fue la única. Luego vino aquella relación de factura imposible y brevedad prevista pero que con conciencia de ello la dejaron ser. Los dos eran libres y aceptaron aquel instante fugaz de acercamiento con una gran pancarta de ?muy efímero?. Uno era el fuego, el otro el agua. Después, cuando el agua apagó el fuego, cuando oía el nombre de este le costaba reprimir una arcada. Debían de ser cosas del inconsciente porque en la actualidad le recordaba con cariño. El hecho de que la relación se acabara porque él se encaprichó de una amiga de ambos no le producía ninguna emoción desagradable. Por entonces conscientemente tampoco pero allí estaba aquella reacción. Más tarde, cuando se casó, él no lo pasó muy bien. Aquello nunca lo entendería. En la actualidad la cuestión era que su pareja era un tipo de empanada mental intermitente, por lo que decidió dejarle vía libre para ver si era capaz de aclararse sin estar ella de por medio. Ya había hecho lo mismo en alguna otra ocasión pero no dio resultado. Estaba segura de que la actitud que había tomado era como un bálsamo. El haberse alejado, el no estar allí le hacía sentirse extraordinariamente bien. Presenciar el mismo numerito cada vez que su pareja veía al nuevo objeto de sus deseos era una situación con la que no estabadispuesta a cargar el resto de sus días. Por cierto, esta vez era una de sus mejores amigas la que tenía que aguantar la ?matraca don juanera? El buscaba cualquier excusa para organizar su estrategia de trasnochado D. Juan, si estaba en la oficina le decía al capricho de turno: -Tenemos que bajar a los archivos a buscar no se que expediente-. Cuando se encontraba en una situación de estas se sentía obstáculo por el mero hecho de existir, le bajaba la moral o le cabreaba con igualdad alternativa. Pero en cualquier caso en aquel mismo momento dejaba de interesarle cualquier tipo de relación con semejante comportamiento y sujeto. El vivirlo era agotador por lo indeseable del asunto, ya había hablado con él sobre el tema y decía que la quería, pero al poco tiempo salía con otra historieta parecida. Ella volvía a sentir que si que la quería, a ella y a toda la que apareciera y fuera de su gusto. Además cuando ocurría esta especie de episodios cíclicos tomaba con ella una actitud que sin llegar a ser desprecio era algo parecido con una pizca de sutil frialdad. En esta situación había decidido tomarse unos días para descansar perfilar el programa de trabajo del proyecto de investigación y olvidarse de la existencia de aquel ser tan intermitente. Dejó las cosas en el armario y se dispuso a salir para comer algo. Se dirigió hacia la cafetería. Se sentó y pidió un aperitivo. Allí estaba el hombre que tenía el camarote en la misma planta que ella. Se encontraba acompañado de una mujer y se les veía enfrascados en una conversación interesante. Él parecía más joven de lo que le había parecido en su primer encuentro. Ambos eran de pelo castaño, de mediana altura, bien proporcionados y con grandes ojos de tonos verdosos muy expresivos. Resultaban agradables. El camarero le sirvió el refresco y ella se concentró seguidamente en prepararse la excursión que tenía pensado hacer por el Cairo. Dejó su mesa y se dirigió a su camarote. Sentía ilusión por el estudio que iba a realizar, pero también una especie de respeto. Continuará...
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