Brooklyn Follies
(Paul Auster)
La novela nos enfrente desde el inicio a la muerte como el horizonte cercano que espera al personaje central, Nathan Glass. Pero a contrapelo de lo que él dice proponerse, terminar sus días silenciosamente, el silencio final que lo amenaza pone nuevos sentidos a sus vínculos, le hace encontrar las palabras con las que comunicarse con los otros. En particular con su hija Rachel, con quien mantiene una relación muy frustrante. A lo largo del texto, viejos y nuevos vínculos se van recuperando e instalando en el tejido cotidiano del personaje. En el nuevo barrio se reencuentra con su sobrino Tom, quien trabaja en la librería de un enigmático y cálido personaje, Harry Brightman. Con Harry comenzarán una amistad y se verán envueltos en enredos provocados por el misterioso pasado del librero. En Brooklyn Follies las muertes campean por el texto. Cercanas, como la muerte de su hermana June, el más duro golpe que le tocó enfrentar al protagonista o lejanas, dado que su actividad, de la que está jubilado, era la de agente de seguros de vida. Muertes antiguas, retazos del pasado de los personajes que se encuentran en el espacio de la novela, o recientes, algunas que interrumpen los vínculos apenas establecidos. A pesar de este ominoso peso de la muerte, la vida se impone. Atraviesa los cercos de la soledad inicial y abre los canales de la compañía. Desde la disolución familiar inicial, asistimos a la reconstrucción de los vínculos desde otras perspectivas. El viejo tejido desgarrado se recompone en la apertura a nuevas relaciones y en el intercambio se hace posible el fluir de los afectos. El personaje descubre su poder creativo en su capacidad de producir afectos, relaciones y, sobre todo, memoria, al mismo tiempo que va desarrollando su frustada vocación por la literatura, en su firme propósito de escribir El libro del desvarío humano. En el devenir de su aventura literaria, descubre, y quiere compartir, el poder de la memoria contra la muerte, el silencio final. Hay otros temas recurrentes en la escritura de Auster que también están presentes el libro: la incomunicación padres-hijos, las rupturas de pareja, la locura y el crimen como materia ineludible del proceso vital. La literatura como quehacer, búsqueda y refugio. El poder de las palabras, en su doble y contradictoria función de ocultar, descritas como muros, resguardos para no decir lo que se siente, para desfigurar lo que se es y, a la vez, en su condición constructiva, destacando siempre la capacidad productiva del decir cuando no se estanca en el cliché, en el lugar común.
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