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Confesión Encontrada En Una Prisión De La Época De Carlosii
(Donanfer)

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Confesión encontrada en una prisión de la época de Carlos II Confession found in a prison of the epoch of Carlos II Aquella sería la última noche de su vida, había llegado la hora de decir la verdad. Nunca fue un hombre valiente, y siempre, desde su niñez, tuvo una naturaleza desconfiada, reservada y hosca. Hablo de el como si no estuviera ya en el mundo, pues mientras escribo esto están cavando su tumba y escribiendo su nombre en el libro negro de la muerte. Poco después de su regreso a Inglaterra su único hermano contrajo una enfermedad mortal. Era su hermano un hombre generoso y de corazón abierto, de mejor aspecto físico que yo, más satisfecho de la vida y en general amado. Su esposa lo conocía bien. . Vaya a saber porque oculta razón, fue un alivio todavía mayúsculo cuando, encontrándose en el extranjero, se enteré de que su hermano había muerto. Ella murió poco después de dar a luz a un hijo, un niño. Legó al niño todas las propiedades que tenía y escribió en el testamento que, en caso de que muriera su hijo, las propiedades pasaran a sui esposa como único reconocimiento que podía hacerle de sus cuidados y amor. El niño estaba muy unido a ella, pero era la imagen de su madre tanto en el rostro como en el espíritu, y desconfió siempre de el. Jamás lo sorprendío con la mirada baja. El fantasma de su madre lo miraba desde los ojos del niño. . Había ojos por todas partes. El inmenso universo completo de luz estaba allí para presenciar el asesinato. Estaba, además, en la misma actitud, con la mejilla apoyada sobre su manecita. La ventana de nuestro dormitorio, el único que había en ese lado de la casa, estaba sólo a escasos metros del suelo, por lo que decidí bajar por ella durante la noche, matarlo y enterrarlo en el jardín. Lo enterro aquella noche. Cuando separó los matorrales y miró en la oscura espesura vio sobre el niño asesinado una luciérnaga, que brillaba come el espíritu visible de Dios. Tuvo que ir a recibir a su esposa y darle la noticia, dándole también la esperanza de que el niño fuera encontrado pronto. Los trabajadores que sembraban la hierba debieron pensar que estaba loco. . Durmió no ya como los hombres que despiertan alegres y físicamente recuperados, pero durmió pasando de unos sueños vagos y sombríos en los que era perseguido a visiones de una parcela de hierba, a través de la cual brotaba ahora una mano, luego un pie, y luego la cabeza. Después, volvió a meterse en la cama; y así pasó la noche entre sobresaltos, levantándose y acostándose más de veinte veces, y teniendo el mismo sueño una y otra vez, lo que era mucho peor que estar despierto, pues cada sueño significaba una noche entera de sufrimiento. Una vez pensó que el niño estaba vivo y que nunca había tratado de asesinarlo. Despertar de ese sueño significó el mayor dolor de todos. Al cuarto día llegó hasta sui puerta un hombre que había servido con el en el extranjero, acompañado por un hermano suyo, oficial, a quien nunca había visto. -El niño ha sido asesinado ?le dijo mirándolo amablemente-. ¡Oh, no! ¿Qué puede ganar un hombre asesinando a un pobre niño? ? dijo el Podía contestarle mejor que nadie lo que podía ganar un hombre con tal hecho, pero mantuvo la tranquilidad, aunque le recorrió un escalofrío. Entendiendo equivocadamente su emoción, ambos se esforzaron por darle ánimos con la esperanza de que con toda seguridad encontrarían niño -¡qué gran alegría significaba eso para el!- cuando de pronto se oyó un aullido bajo y profundo, y saltaron sobre el muro dos enormes perros que, dando botes por el jardín, repitieron los ladridos una y otra vez, casi interrumpidamente. -¡Son sabuesos! -gritaron los visitantes. ¡ Aferró los codos sobre la silla y ninguno de los presentes habló o se movió. -Son de pura raza -comentó el hombre al que el había conocido en el extranjero tiempo atrás ¡Por Dios, apártese! -dijo el conocido mío con gran preocupación-. . -¡Aunque me despedacen miembro a miembro no me apartaréde aquí! ?gritó ya desesperado-. ¿Acaso los perros iban a precipitar a los hombres a una muerte vergonzosa? Ataquémosles con hachas, despedacémoslos -¡Aquí hay algún misterio extraño! -dijo el oficial al que nadie conocía, sacando la espada-. En el nombre del Rey Carlos, ayúdenme a detener a este hombre. Ambos saltaron sobre el y lo apartaron, aunque el luchó, mordiéndolos y golpeándolos como un loco. Le han negado el perdón, y volvió a confesar la verdad. Ha sido juzgado por el crimen, le han encontrado culpable y sentenciado. No tuvo compasión, ni consuelo, ni esperanza, ni amigo alguno. Felizmente, su esposa (la esposa de él) ha perdido las facultades que le permitirían ser consciente de la desgracia de él o de la suya. ¡Está solo en aquel calabozo de piedra con su espíritu maligno, y morirá mañana!
Donanfer



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