Constanza De Nordenflycht, La Querida De Portales
(Eugenio Rodríguez)
Durante la presentación del libro, Eugenio Rodríguez señaló un conflicto que define su trabajo: escribir sobre la vida de unos personajes sobre los cuales existe una documentación histórica que sirve de fundamento para la trama y, a la vez, establece los límites dentro de los cuales ha de moverse la imaginación novelesca. Porque es una novela, y su estructura cerrada, la funcionalidad de sus elementos, el entramado de relaciones hábilmente tejido le otorgan la autonomía estética que el género requiere. Como la historia que se relata puede ser conocida por el lector, la ficción se inclina hacia los mundos subjetivos, los procesos mentales y afectivos que se pueden discernir a partir de los acontecimientos. La subjetividad femenina de la protagonista es uno de los ejes que sostienen la novela. La narración recorre la vida de la amante de Portales y da cuenta de las numerosas desgracias y escasas alegrías que esta mujercita de ascendencia aristocrática experimentó antes y durante su tormentosa relación con el famoso hombre público. Se trata del registro de una conducta patológica: la fijación compulsiva que surge en una adolescente ?casi una niña? frente a la imagen deslumbrante de un hombre maduro que concentra en torno suyo las atenciones públicas y privadas. Una fijación que se sostendrá obstinadamente a través del tiempo, a pesar del desamor por parte de Portales que tendrá el efecto de activar el desafío de conseguir lo que quiere, convirtiendo al objeto amado en un capricho irrenunciable, a expensas de su propio prestigio y honor. Ilusa en extremo e infantilmente empecinada, su obsesión por retener a su lado a un hombre esquivo la llevan a encontrar esperanzas cuando todas las esperanzas están perdidas. Una frase define esa relación: ?Pese a su deterioro, Constanza conservaba esa gracia exótica que poseía, suficiente para activar el magro cariño de don Diego, estimulado por su naturaleza proclive al placer?. Portales rara vez se niega a la entrega de la muchacha, cuya belleza y disponibilidad sin reservas se imponen pese a las posteriores exigencias que nunca logran su objetivo: atrapar al que ella imagina como el hombre que el destino le ha deparado.Por otra parte, la actitud de Constanza ha desencadenado movimientos en torno suyo que retratan los vicios sociales de la naciente república. Intereses económicos, políticos y sociales se despiertan en diversos personajes, como el sacerdote José Antonio Torres, confesor y consejero de la familia, que utiliza discursos moralistas y artimañas notariales para favorecerse con la situación de la muchacha; o la tía abuela de Constanza, que espera vanamente que Portales formalice su relación para usufructuar del poder que rodea al amante. Mientras Constanza se embaraza regularmente y sueña con casarse con él, Portales es protagonista de una historia de agitaciones políticas y fracasos económicos. Es un mundo social levantado sobre la base de intereses calculados, y que Constanza viene a remecer con una conducta insensata que debe ser reprimida por representantes de la iglesia, del derecho y de la política. La podredumbre de las conductas desatadas (incluida la de un desacralizado Portales) tiene su correlato en la descripción del ambiente. Los hechos ocurren en un Santiago pestilente, infestado por la basura, los desechos humanos que corren por las acequias de patios y calles, la invasión de moscas y roedores. Hedores que salpican a ricos y pobres. Se puede ver la imagen del amor hundido en un paisaje excrementicio. Sólo el Puerto se vislumbra como un paraíso precario y fugaz.El autor se sirve de un lenguaje solemne y culto, de apariencia antigua, que transita con fluidez desde la descripción de estados de ánimo hasta los detalles de la vida, las costumbres y la geografía urbana de la época. Una prosa envolvente, alimentada con expresiones de nuestra tradición lingüística, eufemismos que delatan en lugar de ocultar y citas textuales que enriquecen la trama, levantan esta novela que dibuja y cuestiona aspectos sórdidos de nuestra identidad social, política e histórica.
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