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Los Huesos Del Che
(Donanfer)

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Los huesos del Che ( The bones of the Che) Los periodistas Maite Rico y Bertrand de la Grange -ella española y él francés- se especializan en reportajes tan fascinantes como políticamente inciertos y, por lo mismo, discutibles. Su segundo libro, aparecido hace tres años, ¿Quién mató al obispo? Autopsia de un crimen político , era un rastreo tan exhaustivo como apasionante del bárbaro asesinato, el 26 de abril de 1998, en Ciudad de Guatemala, del obispo Juan Gerardi, y de la telaraña de intrigas y corrupción que rodeó, en los ámbitos militares, eclesiásticos y políticos, el juicio a los reales o supuestos culpables del crimen. Ahora, la pareja, indiferente a la hostilidad y a los intentos de acallar sus verdades incómodas de que han sido víctimas sus trabajos anteriores, vuelve por sus fueros, en un extenso reportaje, en el número de febrero de la revista Letras Libres , titulada Operación Che. Historia de una mentira de Estado , que irritará a bastante gente, sobre todo entre la vasta cofradía de devotos que han peregrinado al imponente mausoleo erigido por la revolución cubana en Santa Clara -la ciudad que Ernesto Che Guevara liberó durante la guerra contra Batista- para guardar sus restos. Estos despojos fueron encontrados, en julio de 1997, junto con los de otros seis guerrilleros, en una fosa común, vecina al aeropuerto de Vallegrande -en el oriente boliviano- por un equipo cubano integrado por tres ingenieros geofísicos, un antropólogo forense, un arqueólogo y una historiadora, y dirigido por el doctor Jorge González, entonces director del Instituto de Medicina Legal de La Habana. Allí, el doctor González anunció que el "esqueleto número 2" era inequívocamente el del Che. El entonces presidente de Bolivia, Gonzalo Sánchez de Lozada, que había autorizado la búsqueda, permitió también la expatriación de los restos del Che, que volaron a cuba el 12 de julio de 1997. Coincidencia feliz, llegaron a la isla a tiempo para los festejos de la conmemoración del asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio. Tres meses más tarde, en una apoteósica ceremonia, los huesos ilustres quedaron instalados en el mausoleo de Santa Clara, ante miles de miles de cubanos, y consagrados con un kilométrico discurso de Fidel Castro. Ese año -otra oportuna coincidencia- había sido declarado en Cuba el Año del Che, en recuerdo del 30° aniversario de su muerte. Maite Rico y Bertrand de la Grange han entrevistado, en Bolivia, Cuba y la Argentina, a gran número de personas que estuvieron involucradas de algún modo con la búsqueda de los restos o, antes, con lo que sucedió con el cadáver desde el asesinato hasta el descubrimiento de la fosa tres décadas más tarde. Es prácticamente imposible aquí todos los argumentos en que Maite Rico y Bertrand de la Grange fundamentan su denuncia, pues son muy numerosos. Los más persuasivos proceden de los campesinos y lugareños de Vallegrande entrevistados por los periodistas, gentes que, como el agricultor Casiano Maldonado o el alemán Erick Blössl, afirman haber visto el cadáver del Che después de que los restos de los otros guerrilleros habían sido ya enterrados en la fosa secreta de Vallegrande. Y, por otra parte, las declaraciones de ambos generales son contradictorias. ¿Cómo pudo ser posible que el descubrimiento de los restos del Che no fuera cuestionado por las instancias científicas internacionales, a pesar de que el doctor González y su equipo nunca los sometieron a la prueba del ADN, pese a que lo habían prometido?, se preguntan los autores. Fidel Castro necesitaba que el cadáver del Che reapareciera oportunamente para echarle una mano, en una gran operación de desvío de la atención y manipulación de la opinión pública cubana, golpeada con dureza por la crisis económica y la incertidumbre. Un ser que, de histórico, pasa a ser mítico no es juzgado con criterios racionales sino mediante actos de fe y de ilusión. Es el caso del Che. El Che representa una hermosa ficción, un personaje del que la historiacontemporánea está huérfana: el héroe, el justiciero solitario, el idealista, el revolucionario generoso y desprendido que realiza hazañas soberbias y es, al final, abatido, como los santos, por las fuerzas del mal. No importa que los historiadores serios muestren, en trabajos exhaustivos, que el Che Guevara real, de carne y hueso, estaba muy lejos de ser ese dechado de virtudes milicianas y éticas. Que fue valiente, sí, pero también sanguinario, capaz de fusilar a decenas de personas sin el menor escrúpulo, y que, desde el punto de vista militar, sus fracasos y errores fueron bastante más numerosos que sus éxitos. Es verdad que era consecuente con sus ideas, sobrio y austero, incapaz de las payasadas y dobleces de los politicastros profesionales. Pero, también, que la violencia y eso que Freud llamó "la pulsión de muerte" lo atraían y guiaron su conducta tanto como su pasión por la aventura y la revolución. El mito exigía que los restos del Che aparecieran. Por eso, cuando ocurrió, todos los que los esperaban, creyeron, sin pensarlo dos veces. Así se escribe a veces la historia. Y así, de este modo acrecientan las lindas ficciones la grisácea realidad. Donanfer



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