La Tía Julia Y El Escribidor
(Vargas Llosa, Mario)
Escrita en 1977, esta novela inaugura una nueva etapa en la vida artística de Vargas Llosa, y prefigura lo que habrá de suceder en los años venideros con parte de la literatura latinoamericana. Son dejados atrás los artilugios técnicos que hacían, por ejemplo, de "La Casa Verde" una novela compleja y hasta cierto punto de difícil lectura. Con "La tía Julia..." se está en un terreno más apto para el lector común, se entra de lleno en el territorio de la cultura popular, del novelón radiofónico, del humor y la sátira más gratuitos, entremezclados con elementos de literatura culta. Fue lo propio del Boom lidiar siempre con la técnica, en el intento de salir del atolladero para lograr medios de expresión alternativos que superaran la rigidez, la predeterminación de los significados, y el anquilosamiento ritual de las fórmulas literarias que suponía la novela tradicionalista de principios del siglo XX. Vargas Llosa, que fue parte de ese intento (si bien no con asiduidad ni regularidad) en esta novela, sin embargo, da paso a elementos propios de la reacción al Boom, que consideraba un ejercicio intelectual discriminante y clasista aquellas características, y argumentaba que era la misión ética de los escritores ponerse al servicio de una mejora en las condiciones sociales y políticas de Latinoamérica. A la vez, abogaba por un lenguaje llano, simple, con inclusión de elementos de la cultura popular. En sobre todo en esto último que coincide Vargas Llosa con el movimientos posboom en esta novela, ya que los elementos de crítica social son más bien endebles. La novela está dividida en dos partes, una corresponde a la serie de radionovelas que Pedro Camacho (el escribidor), redacta para radio Central, y otra es la historia autobiográfica del narrador principal, Mario (locutor de radio Panamericana) acerca de las vicisitudes de sus primeros años de trabajo y de escritor pero, sobre todo, de su romance con la tía Julia, quince años mayor. Los seriales radiofónicos de Pedro Camacho son diez y están intercalados, a modo de relatos estancos e independientes, en la narración autobiográfica del protagonista. Su naturaleza es inverosímilmente jocosa, satírica y exagerada, representan lo más popular de la cultura de la época, y la misma radio Central (la del escribidor) en contraste con la radio Panamericana (la de Mario) está dedicada a las clases más humildes, con ritmos latinos, música andina, programas de chismes y el plato fuerte, la obra del escribidor. La otra emisora estaba lado a lado, y ambas pertenecían al mismo dueño, pero esta tenía ambiciones más bien modernistas y extranjerizantes, con música rock, jazz, programas de concursos y concienzudos noticieros en los que trabaja Mario. Este, que se aburre en sus funciones y es de temperamento artístico, se ve seducido por el ambiente de la otra emisora y en cuanto tiene oportunidad hace visitas al estudio de grabación del escribidor. Pedro Camacho es un personaje y un carácter imposibles, por entero estrafalario, casi enano, pulcro y atildado, boliviano contratado ex profeso para competir en Perú contra el monopolio cubano de radioteatros, era un divo en su país, idolatrado escritor, galán y director de obras que producía en cantidades industriales, en forma maquinal, formidable, casi sobre la marcha de su ejecución en vivo. Mario hace migas con él, guardando una respetuosa y admirativa distancia, sus ambiciones de ser escritor lo hacen ver en el otro al arquetipo del oficio, un hombre que vive, duerme y come con la mente puesta en la labor. La propia historia de Mario tiene que ver con sus intentos de independizarse con el sueldo escaso de periodista y con sus afanes artísticos a cuestas, pero, sobre todo, se relacionan con la aparición de la tía Julia, venida también de Bolivia, luego de un mal matrimonio y con el fin expreso de acertar en esta ocasión. Aunque es quince años menor, Mario es colocado por la familia para llevarla al cine y entretenerla mientras concreta sus planes, casi de inmediato y primero como un juego, empiezan un coqueteo que termina en la cama. A partir de allí, la vida para él se consume entre su labor de informador, su asistencia al desarrollo de la saga del escribidor, y sus esfuerzos por ocultar el affaire incestuoso con la tía Julia. Para esto último, cuenta con la complicidad de algunas mujeres en la familia, sin embargo el asunto acaba por ser descubierto y se produce una debacle. Él, conciente de su amor, y ella, del carácter transitorio de éste, al final perseveran y se casan, hay, como consecuencia, un inicial ostracismo familiar que sin embargo va cediendo con el tiempo. El caso de Pedro Camacho tiene un desenlace más trágico, como consecuencia del agotamiento su personalidad y sus obras van creciendo paulatinamente en extravagancia, entremezclándose los personajes de unas con los de otras, y culminando los dramas en cataclismos bíblicos. Ha olvidado como va cada trama y en su confusión sufre una crisis nerviosa que lo recluye en un manicomio con un mal pronóstico. Al final logra volver a la emisora, pero como un personaje disminuido y objeto de burlas, que deambula por la ciudad como corresponsal, que siempre llega tarde al lugar de los hechos, porque siempre anda a pie.
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