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Ulises
(Joyce, James)

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La disgregación de un personaje, Stephen Dedalus, en el atomismo de sus percepciones, en la multiplicidad de sus relaciones y de los eventos de un solo día, en su alter-ego negativo Bloom y sus mezquinas vicisitudes, la perdida de la unidad del relato, la renuncia al argumento e incluso al protagonista: lo que queda de esta novela es tan sólo un cúmulo de pareceres, de imágenes aisladas, táctiles, visuales y auditivas. La importancia del Ulises de Joyce, es que manifiesta por primera vez, con valentía, el hecho de que es imposible que un escritor transmita o comunique al lector un mensaje de la forma en que él supone fue llevado al papel. El autor renuncia entonces a contar una historia, a delinear un personaje psicológicamente, renuncia incluso al lenguaje, al que hace volar en pedazos, disolviéndolo en fragmentos oníricos, en cacofonías coloquiales, en pedazos revueltos como los de un rompecabezas. Los inusuales rigores que la obra plantea al lector común (rigores que extremará en "Finnegan' s Wake") le ofrecen, sin embargo, la posibilidad de ejercer el poder de la interpretación, siempre arbitraria y personal, por supuesto, como vía única de comprender el mundo, obra inconclusa, carente de sentido, el cual solo los seres humanos pueden otorgar través de sus propios afanes e intereses, siempre parciales y particulares. El mensaje es frío y terrible, el hombre moderno está en soledad, ya ni siquiera la razón le asiste, esta falla, pues se ha revelado completamente del lado del sujeto y sus vicisitudes, nunca del lado del objeto, cosa inasible.
En ese estado de cosas, el Ulises es la única novela posible, un acumulado de setecientas páginas al cabo de las cuales no aparece nadie, ningún argumento, ningún orden. Por ello, el Ulises de Joyce inaugura en la literatura el escepticismo y la duda que ya habían contaminado tanto la física, como la música y la pintura. Para fines del siglo XIX se había perdido ya el sujeto, el racionalismo había sucumbido con el desencanto de Newton y el ascenso de la nueva física; el psicoanálisis y la revelación de la preeminencia del inconsciente en toda obra humana, las vanguardias musicales y pictóricas, con el dodecafonismo y el impresionismo a la cabeza, marcaban una nueva época. En ella el hombre era destituido del lugar de juez objetivo del mundo, el cual se revelaba como inabarcable por el intelecto, mostrando aristas cada vez más insospechadas y enigmáticas. Absolutamente moderna, la novela de Joyce dio la talla de su tiempo y fue de inmediato como una detonación en medio del mundo cultural. Por otra parte, para la literatura latinoamericana, la importancia del Ulises radica en que prefigura, con una anticipación notable, (es dudoso hasta que punto fue una influencia directa, y no solo a través de la generación Faulkner-Hemingway-Dos Passos) el que había de ser uno de los fundamentos del Boom. En efecto, la llamada "crisis de la representatividad", la duda de que cualquier comunicación fuera posible entre autor y escritor, dio paso a las innovaciones técnicas de la segunda mitad del s. XX, en especial las antinovelas de Macedonio Fernández, de Cortázar, de Néstor Sánchez, de Sarduy, y más antes aún, en los cuentos del uruguayo Felisberto Hernández. El Ulises, por eso, resulta singularmente familiar a la sensibilidad del lector latinoamericano, que halla ecos suyos en los maestros del periodo (al menos García Márquez confiesa que lo leyó a pedazos, en innumerables visitas al inodoro).
El Ulises, pieza monumental, verdadero hito, se convertiría en obra de culto. Es la imagen del hombre moderno, en la encrucijada de su época, un hombre que carece de guía, de religión, de ciencia como dadora de verdades últimas, que no se tiene más que a sí mismo, como un ojo parpadeante, testigo estupefacto de un mundo que se escurre por el margen de su comprensión, cosa líquida, fría, cadena de actos unidos en precaria solución de continuidad. En la larga y alucinante secuencia final de la novela, la revelación de un Bloom que desgrana su interior en una hemorragia de imágenes entre obscenas y triviales, es quizás el último asidero para dar unidad a lo disperso, en lo más real que posee el hombre, la crudeza de lo sexual.



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