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Anábasis
(Jenofonte)

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El ateniense Jenofonte (o Xenophon) escribió esta historia, basada en hechos reales que el mismo protagonizó, en el año 380 a.C. Anábasis quiere decir ?marcha de la costa al interior?, por eso el libro también es conocido como ?La marcha de los diez mil? o ?La expedición de los 10,000?, haciendo referencia al número de mercenarios griegos contratados por Ciro, hermano menor del rey persa Artajerjes, para tomar el trono por la fuerza.
Sólo los cinco estrategos (generales) al mando de los griegos conocían el verdadero motivo por el que iban a luchar. Pero a los seis meses, tras recorrer 2.500 kilómetros, los griegos sospechan. Entonces, Ciro, el pretendiente a rey y que contaba con sus propias tropas persas, expone sus verdaderas intenciones y promete espléndidos regalos.
Los griegos, en debate público como correspondía a sus democracias, manifiestan sus dudas. Uno de ellos acusa a Ciro de prometer de todo ahora, porque los necesita, pero que luego quizá no cumpla sus promesas. Ciro responde: ?Mi imperio empieza al Mediodía (Sur), donde los hombres no pueden vivir a causa del calor. Y termina en el norte, donde los hombres no pueden vivir a causa del frío. No temo no poder otorgar todo lo que prometo a mis amigos, sino no tener amigos suficientes para administrar un territorio tan vasto?. Los griegos, cuyas diminutos países se encontraban encerrados entre el mar y las montañas, se dejan persuadir por esta imagen y continúan la larga marcha.
Una mañana, tiempo después, cerca de la actual Bagdad, vuelven los exploradores corriendo al campamento. Anuncian que el ejército del rey Artajerjes viene hacia ellos. En este pasaje puede apreciarse el estilo épico de la obra de Jenofonte. Jenofonte no dice: ?Era un ejército numeroso?. En cambio, nos dice que los exploradores dieron su aviso ?por la mañana? y que las tropas de Ciro se formaron para la batalla. Luego dice: ?Pasa el mediodía? y los griegos ven ?como una nube blanca? sobre el horizonte. ?Mucho tiempo después? ven "como una nube negra? que avanza hacia ellos. ?Al tiempo?, entrevén los escudos que brillan con el reflejo del sol; luego las lanzas puntiagudas. Así nos relata Jenofonte la magnitud del ejército contra el que se enfrentaron: con nubes del polvo a lo largo de horas hasta que pueden distinguir a quienes las levantan.
En la cruenta batalla de Cunaxa los griegos no pierden un solo hombre, pero Ciro muere en la batalla. Los persas aliados se desbandan. Y los diez mil aguerridos mercenarios griegos quedan atrapados en territorio desconocido. Ellos desean volver a su patria, pero no conocen los caminos ni el idioma ni tienen víveres y están en territorio enemigo. Son demasiado pocos para vencer a los persas; demasiado numerosos para que los persas los ataquen.
Tras la batalla de Cunaxa los griegos eligen entre sus cinco estrategos a Clearco como líder. Cuando un parlamentario persa le exige que depongan las armas, pues han sido vencidos, Clearco responde que, si hubieran sido vencidos, no tendrían armas; y que, siendo lo único que tienen, no las entregarán. El parlamentario añade que el rey persa también indicó que si se quedan quietos, habrá tregua. Pero que si avanzan o retroceden, habrá guerra. ?¿Qué debo responder??, pregunta el parlamentario. Clearco responde que está de acuerdo. El parlamentario insiste; Clearco contesta: ?Si nos quedamos quietos, tregua; si nos movemos, guerra?. Y así no descubre sus intenciones.
Al día siguiente, llega otro grupo de parlamentarios. Clearco los hace esperar, forma a todos en orden de batalla, se rodea de los de aspecto más fuerte y feroz, y recibe a los parlamentarios. Estos ofrecen tregua a cambio de otorgar víveres. Clearco los hace esperar antes de darles respuesta; así les hace temer que no necesitan una tregua o víveres con urgencia, a pesar de que los hombres no han comido desde la mañana anterior. Finalmente, los persas permiten que vuelvan a Grecia. Los jefes persas convocan a los estrategos griegos para acordar los detalles. Y los decapitan.
Los persas creían que sin sus jefes los griegos se desbandarían, siendo presa más fácil que juntos y disciplinados. Pero los democráticos y conversadores griegos eligen otros cinco estrategos y deciden no confiar más en los persas. Entre los elegidos, uno es Jenofonte.
Aquí el lector constata que ha pasado poco más de 1/5 del libro y puede sentir el vértigo, con acierto, de que todo lo sucedido hasta el momento es mínimo en comparación con lo que sucederá.Las historias basadas en hechos reales tienen un encanto que las ficciones solo logran por momentos: la suspensión de la verosimilitud. Jenofonte, a diferencia de los posteriores Marco Polo o Cristóbal Colón no añade a lo vivido aquello que imagina o que le cuentan pero no vio. En su libro no aparecen animales fabulosos ni palacios de oro. Los hechos son de tal interés que puede guardar las leyendas para otras obras. En cambio abunda, felizmente, en las anécdotas de los ingeniosos griegos para sortear los sucesivos peligros.
Hay algo muy moderno en su narración: los debates entre los griegos para decidir las acciones a tomar. Los oradores no prescinden de argumentos y, como en los buenos libros, como en la vida real, todos tienen buenas razones. Pero, a cada momento, una mala decisión, aunque haya sido consensuada, se pagará con vidas.



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