Las Cartas Que No Llegaron
(Mauricio Rosencof)
LAS CARTAS QUE NO LLEGARONLA DESCARNADA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDADEl sumergirnos de lleno en Las cartas que no llegaron de Mauricio Rosencof (Florida ?Uruguay, 1933) implica, por un lado, tener el alma pronta para la dolorosa ternura DEl ?decir con el corazón en la mano? del autor, y, por otro, descubrir a través del lenguaje-instrumento ese reclamo de la propia identidad que es el en sí del libro.Rosencof, con un título que funciona casi eficazmente como pretexto para despistarnos, escribe una larga carta a su padre, preguntándole ?preguntándose- quién es él, Mauricio ? Moishe ? Marcos - Leonel y tantos otros alias-, en un reclamo que parte de lo más profundo de su yo interior: ?... yo, Moishe de mierda, no siento un carajo, sólo inquietud por verlos como nunca los vi, con algo en la mano mucho más intenso, mucho más importante que yo, papá, que estoy por fuera y me da, no sé, algo que no entiendo pero que me da y cómo hago yo para explicarlo, para explicarles que quiero ser parte sin más vueltas, que quiero ser del todo, que por qué carajo no tengo, no me dieron, no entendí ese derecho de ser lo que soy. Carajo? En el principio del libro el pequeño Moishe habla como un niño. Sus frases son a veces incompletas, sus expresiones infantiles, su visión/vivencia del mundo absolutamente simple y segura, sobre todo porque tenía el mejor hermano del mundo. Pero un día esa seguridad se quebró. Leonel, su hermano, murió. Y en ese momento sentirá Moishe que para su familia el mundo se terminó. Por eso explicará a su padre reclamando: ?...pero lo que yo te quiero decir es que a las nueve se apagaba todo; pero yo no, yo era un muchacho, papá, no me apagaba; ...?A lo largo de todo el libro -que por cierto tiene como columna vertebral esas cartas reales, referenciales, que llegaban, y las otras, las irreales, las recreadas a través del sentimiento, la imaginación, la información y las suposiciones-, transitamos el duro, durísimo camino de los judíos -en este caso desde Belzitse, en la Galizia Polaca- hacia los campos de concentración, y su vida/muerte en los mismos. Y recorremos simultáneamente con el autor esos paisajes del alma en pasajes de su propia prisión de trece años, conformados y contados con ese ?sentir andante? que es su vida y su literatura: Rosencof no escribe sino desde lo más profundo de sí mismo. Él es su obra.En esta búsqueda de su identidad tiene especial peso la figura de su padre, de quién él siempre quiso sentirse parte: ?Lo que nunca pude, mi Viejo, fue vivir en vos del lado de afuera.? y de quién se siente continuación: ?..lo que hoy, lo que hoy por hoy siento, es que yo, hoy, soy vos, Viejo.? Rosencof tiene una larga, variada y productiva historia como escritor (una de sus ?vidas? según Miguel Ángel Campodónico). Entre El Gran Tuleque, drama publicado en 1960 hasta Las agujas del tiempo, -que compila una serie de conferencias dadas en el exterior por él luego de su liberación en 1985 y un conjunto de columnas aparecidas en revistas y diarios de Montevideo- escribió obras de muy distinto tenor, como El bataraz, desgarrante testimonio carcelario, publicado en 1992, o Canciones para alegrar a una niña (1985) y La margarita (1995), ambos libros de poesía.Mauricio Rosencof es un Canto a la Vida, porque la mira con ojos especiales: ?Porque la fantasía, ¿sabés?, es la única cualidad humana que no está sujeta a las miserias de la realidad.? Y en ese ?sentir-andante? que es su vida, comparte con nosotros, desde su cerno, en un tono casi coloquial, Las cartas que no llegaron, tal vez la manifestación más tierna y dolorosa de esa búsqueda de sí mismo.
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