Fumarolas.
(Paulino Sabugal M.)
María de las Rosas Rojas Magallanes nació en la mayor de las Islas Revillagigedo; fue la hija única de un capitán de corbeta y de una maestra de enseñanza elemental. Desde su natal Isla Socorro, como base, Marirros acompañó cientos de veces a su padre al patrullaje de ese territorio mexicano a mil millas náuticas del continente. A los siete años de edad, María tuvo el privilegio de ver emerger al volcán Everman del mar: la lava ardiente volviéndose piedra al contacto del agua y los miles de gaviotas muertas, ejecutadas por su curiosidad y por el dióxido de azufre. No siendo todavía menarca, María de las Rosas acampó muchas noches en la más septentrional de las islas Revillagigedo: la misteriosa San Benedicto. Su octavo cumpleaños lo celebró a bordo de la fragata G-39 de la Armada Mexicana, durante una borrasca. Su regalo fue El Fuego de San Telmo; aquel fenómeno eléctrico posterior a las galernas que hizo fosforecer la arboladura del Holandés Errante. A los trece era una ondina y descendió con escafandra hasta las cuarenta brazas de profundidad, en los arrecifes coralinos de la más ignota de las Revillagigedo: Clarión.Marirrós se ponía de pie dondequiera que se hallara si se escuchaba el Himno Nacional; Sabía disparar la metralleta R-16 como cualquier infante de marina. A los quince había leído a Horacio, a Montaigne y al barón Humboldt. Nos decía que haber crecido en aquellas islas distantes, le había hecho amar para siempre a la bandera nacional, al poema La Suave Patria y a los toques marinos de trompeta. A las notas de Silencio del único funeral que presenció en alta mar: el de su padre. Porque el capitán de corbeta Pedro Rojas murió en servicio, cuando contaba apenas treinta y ocho años de edad.
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