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La Historia De Bonnie Y Clyde
(Joseph Read)

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En sus días de mayor gloria criminal, Bonnie Parker escribió y envió a los periódicos La historia de Bonnie y Clyde, un sencillo relato versificado de sus andanzas, que ya a esas alturas tenían para ella un claro final: "algún día caeran juntos y juntos serán enterrados". Efectivamente, Clyde Barrow y Bonnie Parker, traicionados por el tercer miembro de su banda, fueron emboscados por la policía en un rincón de Louisiana. Les pidieron que se rindieran, pero ellos ya habían advertido que no los cogerían vivos. Dentro de su coche, echaron mano a sus pistolas, aunque no llegaron a alcanzarlas. Un total de 94 impactos de bala se contarían luego en sus cuerpos.
La crisis del 29 dio en Estados Unidos una nutrida cosecha de desperados, bandidos temerarios y violentos, sin más táctica que apretar el gatillo y huir en el coche. Se parecían a los gánsters de la Prohibición en su desprecio por la vida ajena, pero se diferenciaban en que despreciaban también su propia vida. Dillinger, el más famoso de su época, siguió el mismo proceso de delación, emboscada y muerte un a o después que Bonnie y Clyde. También estaban Machine Gun Kelly y Pretty Boy Floyd. No eran italianos, no pertenecían a sindicatos ni familias y no mandaban a otros para que mataran en su lugar. Eran americanos de pura cepa, en la tradición de Billy the Kid, anárquicos, individualistas y fanáticos de la acción por la acción. Eran conscientes de que la suya era una carrera veloz hacia la muerte, pero no sabían vivir de otra manera.
Cuando Bonnie conoció a Clyde Barrow -alrededor de 1930, en su tierra natal tejana- ya estaba casada y separada de otro hombre. Clyde ya se había metido en líos y había pasado por la cárcel. Los dos tenían unos veinte años. Él era casi tan pequeñito como ella (alrededor de un metro y cincuenta centímetros) y parece que le interesaban muy poco las mujeres, pero a ella le gustó y se le enganchó hasta el final. A Bonnie no le costó nada implicarse en su mundo frenético. Los dos eran de familia pobre y sólo tenían por delante un futuro de trabajo en los campos de algodón criando hijos que tendrían el mismo porvenir que ellos. ¿Qué podían perder?
El coche se convirtió en su verdadero hogar. A Clyde le encantaba conducir locamente cientos de kilómetros al día. Su táctica era abarcar el máximo de territorio posible para dificultar la acción policial. No sacaban más que unos cuantos dólares en cada atraco. Lo suficiente para ir tirando. Apenas planificaban los robos ni tenían ninguna intención de acumular dinero y retirarse huyendo a otro país. Eran inocentes depredadores. Como los piratas, no conocían la palabra excedente. Vivían en una juerga continua, entre alcohol, drogas y escarceos sexuales en los asientos de sus vehículos. Si les apetecía ir a las fiestas de determinada ciudad, allí se plantaban; si a Bonnie se le antojaba llevarle por Pascua a su madre un conejito, pasaban a balazos por encima de quien quisiera detenerles. Clyde tenía el dedo flojo cuando había un gatillo cerca y no necesitaba que la cosa se pusiera excesivamente fea para moverlo, y Bonnie era muy capaz de rematar a un poli herido en el suelo, con la misma mano con que escribía sus poesías. Una de sus aficiones favoritas era llevarse un policía como rehén para salir de líos.
En su simplón poema épico, Bonnie escribe que Clyde y ella son continuadores de Jesse James. No oculta que matan ("a quien se sale de tono"), aunque se ríe de que les atribuyan a ellos casi todos los atracos y asesinatos del país. Habla de la felicidad de alquilar un apartamento y vivir como ciudadanos corrientes, pero sabe que para ellos no hay vuelta a atrás, que "la muerte es el pago a nuestro pecado". Dice que los problemas de la gente corriente son pequeños comparados con los suyos y afirma que su camino de desgracias "se hace cada vez más oscuro". Es una Bonnie Parker que sabe que se acerca al final, aunque el fatalismo no era nuevo en ella: unos meses antes, su poema Sal la suicida contabala historia de una muchacha que se come el marrón en la cárcel, sin delatar al hombre que la ha metido en líos mientras él está en libertad con otra mujer.
La peculiar parejita, no inmune a los celos profesionales, siempre intentó competir con la mayor popularidad de Dillinger enviando a los periódicos fotos de ellos dos en las posturas más belicosas que se les ocurrían. Pese a ello y aunque el traslado a Dallas de los restos mortales de Bonnie y Clyde desató la histeria de los cazadores de reliquias, que estuvieron a punto de llevarse a trozos sus cadáveres, el mito de Dillinger quedaría más firmemente establecido en los años treinta. Sin embargo, en los sesenta, Hollywood entra en proceso de mitificar antihéroes y busca historias de perdedores natos. Arthur Penn encuentra la de Bonnie y Clyde, y su película es un bombazo que rompe récords de taquilla, da a conocer a la pareja a nivel mundial y pone de moda las boinas ladeadas y las maxifaldas de Bonnie. Por fin, Dillinger está vencido.



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