Travesuras De La Niña Mala
(Mario Vargas Llosa)
Travesuras de la Niña Mala Mario Vargas Llosa 375 páginas Por fin el autor peruano arremete en una novela contra el amor. En este caso, un amor agridulce lleno también de desamores. Una sucesión de asuntos románticos muy distantes de las pasiones dilatadas del siglo XIX tan consentidas por él ?quien nunca ha dejado de acariciar a Flaubert, a Stendhal, a Victor Hugo o a Zolá en sus ensayos, si bien es cierto que en sus novelas, siempre ha procurado no imitarlos-. En fin, en las Travesuras de la Niña Mala, y hay que decirlo: el otro protagonista es el "niño bueno". Se Va a dar cuenta de ese amor que llega y se va en oleajes sucesivos a lo largo de 40 años, mismos en los que Ricardo Somocursio y Otilia van a reincidir voluntariosos en su atracción enigmática; un poco con barruntos de tragedia y otro tanto con aproximaciones a lo cómico, pero eso sí siempre verosímil, dado el dominio de la técnica al novelar de la que es dueño consumado el ?escribidor?. Raro en él, pero sin perder en un ápice siquiera su estilo de pluma señera, nos regala en ésta su más reciente creación: con una historia lineal, llena de tintes de cosa popular debido a la recurrencia de imágenes emotivas y hasta de alusiones al sentimentalismo romántico tan propio de la telenovela colombiana, o hasta si se quiere, del cine cursi que se manufacturó la segunda mitad del siglo veinte en México -donde la protagonista por excelencia fue Libertad Lamarque-. Bien parece una toma de distancia para siempre de las añejas pretensiones del boom latinoamericano, para asemejar ahora mucho más a las líneas posteriores a éste. En las cuatro décadas durante las que aproximadamente corren los sucesos de la novela, ella nos lleva a transitar por Lima, por París, por Tokio y hasta por Madrid: tocando al sesgo, la situación histórica relativa al esplendor de la oligarquía peruana de los años cincuenta; la explosión de París como la babel del arte latinoamericano; la plenitud del encendido en la entonces joven revolución cubana; el brote del movimiento hippie en Inglaterra y su consiguiente apertura de los armarios donde se guardaban los gays o se fumaba hierba; la furia en ascenso de la economía japonesa para competir con occidente o, el destape y la transición a la democracia española, soslayada por el progreso tan evidente de la vida cultural madrileña. Cuestiones que atisba la narración, sí. Pero que lo hace desde la posición de intelectual liofilizado tan propia de Mario Vargas Llosa. Sabe de lo que pasa, es testigo de las ocurrencias, pero él no se mancha de la realidad, es su apologista nada más. Y como en este caso, nos la muestra en dosis mínimas. El inicio de la relación un tanto sadomasoquista entre los dos personajes centrales de esta obra, da comienzo en las fiestas juveniles de Lima por allá en los años cincuenta, bien llenos de mambo, que a la sazón baila magistralmente Lily ?la chilenita?. De ésta de quien se va a prendar Ricardito para sufrir una tras otra las negativas para llegar a ser su enamorado, ya que en realidad ella es una peruanita a la que le atrae desde ya, nada más escalar socialmente. En aquella primera vez, la frustración experimentada por el desaire pasará como asunto de la juventud bisoña, ya que para el imberbe limeño, por otro lado, su prioridad casi obsesiva será cristalizar el sueño de vivir en París. Sucesivamente ya reaparecerá en los capítulos posteriores la joven escaladora peruana, para vez por vez, dejar a R. Somocursio con un palmo de narices, mientras ella va a enlazando una serie de conquistas que le conducen siempre a la caza de una nueva fortuna. Su arribismo no tendrá más freno que lo que el cuerpo aguante, de modo que el corolario de todas sus acciones será: cuando busque por última vez a Ricardito, el niño bueno, por los días ?cerca del fin del libro- en que ya se encuentre en la ?fase terminal? debido a una dolencia recogida, se infiere, en sus andanzas sexuales japonesas. Pero hay que saber que no podía ser del todo mala la Niña y, para así dejar constancia de ello, heredará su riqueza postrera al eterno enamorado; quien inclusive poco antes de la última reaparición de Otilia, iba acabando con otra relación afectiva y desde luego, también traumática, se trataba ahora de Marcella: una escenógrafa italiana que le había ayudado -como un clavo que saca a otro clavo- a recuperarse de la resaca causada por la Niña Mala en la penúltima reaparición. En la obra en cuestión de Vargas Llosa, toparemos con un evidente alejamiento del código machista que privó hasta ahora en el elenco social de su creación, ya que permanentemente nos encontraremos ahora con el hombre, Ricardo, quien se encuentra fuertemente encadenado a la necedad voluntariosa de la mujer. Podemos considerarla muy lejos de ser su mayor novela, ya que por esta vez, nos ha querido regalar en cambio con una narración más leve, la que sin duda nos va a ser propicia como un buen solaz en el que tendremos el gozo de ver cómo es que los personajes estarán por encima de su acción. Esta arremetida vargasllosiana contra el amor, nos invitará a preguntarnos: ¿ya sabemos distinguir al sentimiento falso del verdadero? Joseantonio Suárez / México.
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