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La Ciudad Y Los Perros
(Mario Vargas Llosa)

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No sé con certeza si existe una conexión metafísica, un vínculo espiritual, entre esta obra de Mario Vargas Llosa y el título que aquel, al final, le impusiera. Es difícil decirlo, pero si me enfrentara a la trama, a este artificio editado por Seix Barral, bajo los nombres tentativos de El tiempo del héroe (como de hecho se intitulan las ediciones en inglés), Bautismo de fuego (en algunas ediciones en portugués) o Los impostores, de seguro estaría inerme y arrojado a la incongruencia de la imposición errada entre cuerpo y alma, entre ser y esencia. Debo afirmar, con menor certeza aún, que jalonado por la rutina y la costumbre no toleraría leer esta historia con otro ?nombre? que el que ya conozco, y doy gracias a quien sea ? tal vez a Dios ? por poder transitar por La ciudad y los perros.

En el Colegio Militar Leoncio Prado, de Lima, convergen, en conflicto y violencia, las historias entrelazadas de unos personajes reconocibles y definitorios de la sociedad peruana. Es el Colegio Militar, con sus jerarquías y su ruda disciplina, fraguada en violencia y prejuicios, donde los cadetes obtienen su iniciación como los hombres que el ejército desea: machos y brutales, con un código de honor que legitima la superioridad de la fuerza.

Las tensiones al interior de la institución se crispan cuando se produce y se descubre el robo de un examen. Los cadetes adolescentes (pues son alumnos de un colegio secundario o high school militarizado) se saben engullidos por las contradicciones del sistema que, por un lado, los anima a adoptar un modelo de virilidad basado en el engaño y la astucia envilecida, y por otro, les anuncia el castigo implacable para quienes sean descubiertos, o delatados.

El cadete Ricardo Arana, apodado el Esclavo, sabe que fue Cava, el cadete de la Sierra peruana, quien robó el examen, pero no lo acusa de inmediato, primero, por el código tácito contra los ?soplones? que impera en el colegio, segundo, por temor, pues él es una víctima del aparato de terror del ?Círculo?, un grupo de clandestino de cadetes, del cual forma parte Cava.

Arana obtiene refugio al lado de Alberto Fernández, el Poeta, con quien comparte un sentimiento de horror e indignación frente a la violencia. Sin embargo, el Poeta disimula su sensibilidad tras la máscara del ?pendejo?, que igual pisotea y arremete contra el más débil para entonarse con la mística del colegio.

El Esclavo y el Poeta son los alter ego del propio Vargas Llosa, quien fue asimismo cadete del propio Colegio.

Cava es delatado por el Esclavo. El Jaguar, el jefe del ?Círculo?, es el cadete que se erige como la expresión más sublime del orden instaurado, pues es cruel y autoritario. El Poeta lo acusa de haber asesinado al Esclavo en venganza por la delación a Cava. Sólo el teniente Gamboa da crédito a las palabras del Poeta, pero sus denuncias se estrellan contra la voluntad férrea de las autoridades del colegio por evitar el escándalo de un crimen entre cadetes. Gamboa transita por el camino del desencanto y el cinismo tras perder la fe en el ejército, la institución al cual él se había entregado con sinceridad.

En la trama principal se alternan las historias de los personajes fuera del colegio. Sus vidas parten de un mundo de una pureza humana, de paraísos perdidos bruscamente por la vorágine de la ciudad. Para el Jaguar, sin embargo, el Colegio Militar representa un período de expiación y redención. El Leoncio Prado es un infierno y él, aun siendo al principio uno de sus demonios verdugos, se redime y alcanza a recuperar la esperanza de sus primeros años.

Pero, ¿quién mato al Esclavo? El Jaguar negó en un primer momento siquiera saber que fue Arana quien acusó a Cava, aunque luego como palanca para recobrar la atención y el reconocimiento de sus condiscípulos llegó a autoincriminarse. Mas, no es contundente la evidencia contra él.

El Poeta, acaso, que tenía motivos para deshacerse de su compañero por una rivalidad amorosa, podría ser el asesino oculto. Nada, sin embargo, apunta claramente hacía él.

Pero sí había un culpable evidente, aunque agazapado entre la hierba, y ese era el cadete Vargas Llosa, que en la novela se desdobla entre el Esclavo y el Poeta. Él era el único con motivos para matar al Esclavo, esa parte de él, sumisa y cobarde, que el escritor quiso eliminar de sus atribulados recuerdos. Toda obra literaria sirve para exorcizar demonios, expiar culpas y superar traumas. Sí, Mario Vargas Llosa mató al Esclavo



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