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El Proceso
(Franz Kafka)

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Solo dos
veces el tribunal envía por Josef K: la primera, al despertarse en su
habitación,
para arrestarlo ??sin que hubiera hecho nada malo?? y notificarle su
proceso;
la segunda, para ejecutar la condena, sin haberse conocido nunca la
acusación ni haber llegado K. a presentar ante el tribunal siquiera el
primer escrito.

En el intervalo, soporta sutiles humillaciones ?risas maliciosas de los niños, virtuales
traiciones, escalones desmesuradamente altos, ahogos, cansancio?; su abogado, enfermo,
solo lo atiende desde la cama; Leni, la secretaria de su abogado, le coquetea,
y al mostrarle una membrana entre dos dedos de la mano K. exclama: ?¡Qué bella
garra!?; luego, el abogado le revelará que ella coquetea con todos los
acusados, porque son ?bellos?; una noche, después de la jornada de trabajo en
el banco, en un desván cuya puerta nunca se abría descubre que un verdugo azotaba
a los funcionarios que lo habían ?arrestado?, intenta interceder, pero no logra
clemencia; al día siguiente, vuelve a abrir la puerta del desván y la escena comienza
a repetirse exactamente como la noche anterior; un domingo, en sórdidos
suburbios, una mujer que lava ropa le indica a K. la ubicación de laberínticos
tribunales, donde es indagado por un juez de instrucción en un estrado donde no
hay lugar suficiente para el acusado, en una atestada sala de ancianos que
ríen, aprueban o desaprueban sus dichos; en otro episodio, recurre a un pintor
de jueces que promete ayudarlo con sus influencias, pero resulta que una puerta
obstruida por la cama se comunica directamente con los tribunales, es más, su
propio taller es parte del tribunal; otro día, K. acude a la catedral para
encontrarse con un cliente extranjero del banco, le sorprende un sacerdote que luego
de extravagantes interpretaciones sobre una parábola profana, en un abrupto
cambio de tono, reconoce que pertenece al tribunal, y que el tribunal no quiere
nada de K.

En
ambientes infectados de oscuridad y situaciones poco soportables, se
suceden estas
y otras escenas cuyas reminiscencias oníricas constituyen magistrales
metonimias
del absurdo existencial. Tanta es la maestría del autor en la
construcción de estos ambientes, que el adjetivo de ?kafkiano? ha
merecido uso común.

El Proceso, como revés de una trama cuyo anverso es desconocido, revela una doble crisis:
crisis de la conciencia, donde palpitan multiformes símbolos: la náusea del sinsentido
de la ley, la miseria de la culpa sin pecado, las relaciones de conflicto
padre-hijo; y crisis del lenguaje, que no alcanza a significar el abismo del
alma.

Metáfora
del desamor, El proceso es una obra paradigmática, tal vez profética de los desencuentros
y el vacío existencial que habrá de aguijonear el siglo XX.



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