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El Nombre De La Rosa
(Umberto Eco)

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Si cupiera una sola palabra para definir esta obra monumental, indudablemente elegiríamos el calificativo «múltiple». Ningún otro adjetivo puede describir más cabalmente una novela que puede ser leída desde ángulos tan diversos como la historia, la pesquisa policial, la filosofía, la crónica y aún la ficción más pura. Mucho de esto captó el cine que con la película homónima alcanzó un notable logro sin apartarse demasiado del texto literario pero, claro está, captando sólo una de sus múltiples facetas.
Despliega Eco en las muchas páginas de El nombre de la rosa, un argumento perfectamente ambientado en las postrimerías de la Edad Media que refiere, en la precisa circunstancia de una rica abadía vagamente localizada en el norte de la península itálica, las circunstancias que por ese entonces asediaban a las llamadas "órdenes de mendicantes", duramente cuestionadas por el ala más ortodoxa del papado. En las instalaciones de dicha abadía deben reunirse en secreto cónclave, los representantes de los poderes temporales más importantes de la época: el Papa y el Emperador con los miembros más encumbrados de las órdenes religiosas comprometidas y la supervisión del Santo Oficio.
El autor no ahorra recursos expresivos para ofrecer exquisitas descripciones del ambiente, de los personajes y de ciertos hechos curiosos que se suceden en el ámbito abacial y que, abiertamente conectados con el tema policial, dan la pauta de actos criminales perpetrados por una suerte de "asesino serial" que suma víctimas fatales ante el creciente miedo que gana a la comunidad de monjes dedicados a la copia, iluminación, conservación y guarda de una fastuosa biblioteca.
La subtrama "policial" permite a Eco exponer una serie riquísima de temas que maneja con excepcional idoneidad y que abarcan aspectos tan disímiles como los vericuetos del oficio de los copistas anteriores a la imprenta (de lo que, en realidad, sabemos muy poco), los conocimientos de la época sobre medicina y farmacopea y, lo que es fundamental, la visión del mundo de la gente común y de los clérigos de entonces. A todo esto, contrapone la figura genial del protagonista, Jorge de Bakersville, como la alternativa de un hombre nuevo, abierto a las novedades y listo para acompañar las dinámicas de un progreso que se vislumbra aún en las cosas más pequeñas.
Todo cabe en esta obra excepcional que aún va más allá, proponiendo en la figura del anciano Jorge una acftitud propia de la ortodoxia resistente a todo cambio y del prejuicio que niega lo que desconoce. Una vez más, un tema universal y fuera del preciso tiempo de esta obra que, narrada desde el punto de vista de un testigo (el joven Adso, escribiendo sus memorias, a muchos años de distancia de los sucesos narrados), se revela extraordinariamente contemporánea en lo que al mensaje se refiere. Porque El nombre de la rosa no es, a la postre, más que una metáfora de la búsqueda de esa perfección que todos los hombres de todas las épocas, intentamos...



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