Marca De Agua
(Joseph Brodsky)
En este libro Brodsky ensaya algo de apariencia inefable (y lo logra con suficiencia mediante la belleza de su prosa y la exquisitez de su mirada): narra Venecia sin casi describirla. Apenas una góndola, un Palazzo, una visita a Olga Rudge - la viuda de Ezra Pound, que se empeña en afirmar como una letanía que su esposo no era fascista -; alguna anécdota que tiene como protagonistas a Wystan Auden y Chester Kallman en un bar de la ciudad; otra en la que Stravisnky provoca un pequeño milagro durante un concierto de la propia Olga Rudge; la niebla; el sirocco; la oportunísima disparidad de grandes intereses que permite que la ciudad se conserve pese a los diversos proyectos de desarrollo que la acechan; la Fondamente Nouve. En cambio están siempre presentes el frío invernal; las tarifas; el polvo como carne del tiempo; la ciudad entera como inmensa obra de arte; las algas; el carácter esquivo de los venecianos; la erótica del agua cuando roza el agua; el ojo, como "único órgano interno crudo" que busca belleza aun donde no la hay; la lágrima, a fin de cuentas una personalísima gota de agua, como mejor producto del ojo; la fascinación del propio Brodsky frente a la ciudad. Es como si el poeta (Brodsky fue uno de los grandes poetas secretos del siglo XX, por más que gozara de la módica fama de octubre que le otorgó el premio Nobel de Literatura de 1987) arrojase una piedra al agua del Gran Canal, o mejor a algún Canal cualquiera, más modesto, y nos devolviese ese espejo roto y líquido convertido en palabras para nuestro goce y conocimiento.
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