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La Mosca
(Slawomir Mrozek)

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Con algo de fantasía y sobre todo mucho humor y socarronería, el polaco Slawomir Mrozek destila en breves relatos de una o dos páginas su visión del mundo posterior al derrumbamiento del bloque soviético, que parece tan carente de simpatías hacia el régimen caído como hacia la nueva situación.
Quizá los relatos más líricos de este volumen son los que se retrotraen a su juventud en plena vigencia del régimen sovietizado, como El féretro del mariscal Choybalsan, donde se pinta a sí mismo trabajando de corrector en un periódico que repite día tras día la noticia de un tren que trasporta el féretro de un general hacia su tierra natal, variando únicamente el nombre del lugar por donde ese día ha pasado para recibir el homenaje local de turno. Mrozek une este recuerdo al de sus sospechas de infidelidad de su novia y el de la confirmación de esta traición con el momento en que finalmente el tren llega a su destino y la noticia deja de salir en el diario. Pero no es éste el tono general de esta colección.
El cuento que da título al libro es un breve diálogo entre un hombre y una mosca que, como ve que el otro no le deja picarle, se aleja diciendo que ya llegará su momento (cuando el hombre haya muerto). La isla del tesoro habla de la vana ilusión de unos piratas que tras cavar en el lugar donde el capitán Morgan ha indicado en un plano que está su tesoro no encuentran más que una nota de burla.
De ilusiones vanas van casi todos los cuentos, referidas casi siempre a la variación de régimen político en Polonia y a la falta de verdaderas alternativas. Hay, por ejemplo, un hombre que se ha hecho salvaje y arrojado al bosque para renegar del comunismo que intenta volver a la civilización con el nuevo régimen para, poco después, desear volver al bosque y encontrar que encima se lo han talado.
Hay quien se vende a sí mismo como esclavo por no ser capaz de palpar por ninguna parte la llamada libertad. Hay quien monta un negocio de importación y exportación, convencido por la propaganda de la iniciativa particular y ve que no tiene nada que merezca la pena exportar ni dinero con qué importar, y lo único que le piden es que traiga de Cuba un retrato de Marx para un señor que estaba acostumbrado a escupir sobre él dos veces al día.
Hay quien decide hacer una revolución particular en el terreno del alcoholismo y construye una destilería clandestina para volver a hacer el vodka malo y barato de los días del socialismo que ahora ha sido sustituido en las tiendas por docenas de marcas caras. Hay quien no deja entrar en los lavabos a un escritor porque dice que tiene el nobel, creyendo que es una enfermedad, y es susituido en su puesto por alguien con cultura suficiente como para saber qué es.
Para Mrozek el único consuelo posible parece residir en no engañarse a uno mismo.



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