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Un Día, Un Perro
(Gabrielle Vincent)

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El blanco es un desierto que se extiende página tras página en este libro sin palabras, un desierto sólo interrumpido por los escasos ?pero suficientes? rasgueos de un lápiz de cera que pinta las cuitas del perro de esta historia. Es una historia triste con final agridulce y un poco decepcionante: parece incompleto. Parece que de las siete páginas blancas que siguen a la última escena se hubieran borrado los mágicos trazos del grafito ceroso que nos traía arrobados hasta aquí, que nos hubieran escamoteado esa escena última del muchacho invitando al perro a seguirlo y el perro brincando a su lado, moviendo contento el rabo porque al fin encontró un amigo.

Inicia el libro un acto de inhumanidad, de los que usualmente atribuimos a razones zoológicas: los dueños abandonan un perro en medio del desierto. El perro corre tras el auto, tal vez en la confianza de que se trata de un juego, pero la máquina se pierde velozmente en el horizonte como el criminal que huye del sitio donde perpetró su acción.

Y luego, está el silencio. También blanco. Un blanco tan total que es casi ominoso y hace más nítida la soledad. Se extiende y multiplica a la par con el desierto y cunde y se refleja en los cortes de la página como un eco blanco. Luego, con la errancia del perro al ritmo del transcurrir de las páginas, llega el ruido, el ruido mudo. Un ruido que presta el lector desde su memoria, discordante y múltiple, ferruginoso y humano, vocinglero y ensordecedor. Es evocado por el encontronazo de los metales, el lamento ululante de las ambulancias, el ayear de los cuerpos tronchados y dispersos entre los rayones del humo. Sucesos y desgracias transitorias que no conmueven al impasible blanco, dispuesto en el mundo únicamente para albergar al perro, para enmarcarlo y perseguirlo en su vagar. Está ahí por el perro, pero sirve de soporte a la travesía de un lápiz que dibuja un perro trotando a veces, a veces corriendo en busca del amor perdido, de un asomo de humanidad que lo saque de esta inmensa soledad blanca y lo regrese a su hábitat doméstico.

Un día, un perro (publicado originalmente en 1982) logra su éxito entre niños y jóvenes porque ilustra con particular realismo el temor a la soledad y la angustia del abandono, sentimientos que obseden con especial dureza en estas edades. Es el libro más famoso de Gabrielle Vincent (seudónimo de Monique Martín), la autora de la serie César y Ernestina, reimpreso poco después de su muerte, a los 72 años en septiembre de 2000, una ilustradora muy talentosa que debería haber leído cualquiera que se disponga a abordar la literatura para niños y jóvenes. En Un día, un perro todo está dicho, mostrado, expresado sin conciliaciones inútiles, sin el más leve asomo de un anota sensiblera. Un trabajo artístico que no se semeja a ningún otro.

Biyote



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