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Decamerón
(Giovanni Boccaccio)

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Asombra hoy en día la mentalidad tan sana y vivaz que muestra Boccaccio en esta prodigiosa colección de cuentos pícaros, trágicos, cómicos y aventurescos. Para él, no hay pecado carnal que sea grave, sobre todo si lo comete la juventud. En cambio, no parece haber peor falta que los celos, aunque tengan su justificación, y lo que al parecer debe hacer un marido que se siente los cuernos es aguantarse y facilitar las cosas a su mujer, entre otras cosas porque el autor insiste en que la fémina es mucho más ardiente que el hombre y no puede sentirse cómoda conformándose sólo con uno. Además, a los apetitos carnales no puede resistirse nada, ni tampoco lo hacen los frailes y las monjas, que para él son el paradigma de la hipocresía, la corrupción y la falta de generosidad.
En los cuentos que componen esta colección, no sólo la mujer infiel se sale siempre con la suya, sino que la propia institución de la pareja da paso en ocasiones a formas de relación más atípicas, como en el cuento del marido de tendencias poco viriles que permite a su esposa gozar de su joven amante a condición de que él entre en el juego y pueda aprovechar también al muchacho; o en el del amigo que castiga el adulterio de su esposa con su mejor amigo acostándose con la esposa de éste delante de él, iniciando con ello una nueva rutina de las dos parejas en la que cada mujer tendrá dos maridos y cada marido dos mujeres.
Sorprenden igualmente los relatos de amor loco, mórbido, desesperado, como el de la muchacha que se obsesiona con la maceta en la que ha enterrado la cabeza de su amante, asesinado por los hermanos de ella. O el del marido que se venga de la infidelidad de su esposa guisando y haciéndole comer el corazón del amante al que él acaba de dar muerte, provocando que ella ponga fin a la burla arrojándose por la ventana. Las pocas incursiones en lo fantasmal resultan igualmente impresionantes, como en el famoso cuento de la mujer espectral que corre perseguida por el caballero al que causó la muerte y por una jauría de perros que la alcanzan y la muerden y acuchillan todas las semanas en el mismo lugar para dar inicio de forma inmediata a una nueva persecución.
La unión de comicidad pícara y fantasía ofrece detalles de gran fuerza imaginativa, como en el cuento en el que un cura afirma poseer una pluma del arcángel Gabriel, o aquél donde otro religioso convence a una mujer de que el dicho arcángel está enamorado de ella y ha decidido encarnarse en el cuerpo del propio religioso con el objetivo de acostarse con ella. Otras veces la extrema comicidad nace de la astucia que ponen en práctica los personajes para sus fines lúbricos, como la dama que convierte a su confesor en mediador de su adulterio, con la estratagema de pedir que hable con el hombre del que se ha encaprichado y le reproche una atenciones que hasta entonces no habían existido.



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