Funes,el Terror Del Amazonas
(Carlos Alamo Ybarra)
Ya Rió negro no es una prisión, es una esmeralda verde y llena de vida, fauna, flora y personas que salen a la calle a expresar su alegría, que ya no temen reírse, después de años en los que caminaban como autómatas con la cabeza baja, los brazos lánguidos y la mirada temerosa y vaga. Ahora Rió negro es una joya engastada en el anillo dorado que forman los rios Orinoco, Atabapo y Guainía. La selva y sus habitantes están de fiesta, esto era diferente días atrás, cuando el coronel Tomás Funes caminaba por San Fernando de Atabapo, seguido de la muerte, precedido por el terror. Era la hora de la siesta, Roberto Lustroso dormitaba y los policías y funcionarios públicos trataban de seguir su ejemplo. A esa hora treinta hombres se reunieron en la casa de Funes. Poco después salieron en fila india; mudos, emocionados, pero decididos hacia la sede de la Gobernación. En la entrada de la misma solo había un guardia a quien Funes eliminó silenciosamente. En una habitación fresca y cómoda roncaba el gobernador en una hamaca. Funes se le acercó; colocó el revólver sobre la sien y disparó. A lustroso se le crisparon los dedos, le brotó un hilillo de sangre por la nariz y sobre la pared quedó parte de su masa encefálica Cuando Funes salió a la calle, sus compañeros regresaban eufóricos, ya la policía no existía. ?Tenemos ya el gobierno, apoderémonos del telégrafo y pasemos por las armas a todos los partidarios de Lustroso?, fue la petición unánime. Poco a poco fueron de casa en casa de comercio en comercio ejecutando a los simpatizantes del corrupto ex-gobernador. Mas de doscientos cadáveres fueron reunidos en la plaza del poblado.Pasan los días, los meses, las huestes del tirano recorren las calles, cadáveres flotando a las orillas de los rios, nadie osa revelarse, nadie duerme tranquilamente, hoy les tocó a unos, mañana a otros. Cincuenta y dos cadáveres cada doce meses ?No son muchos en realidad en diez años de Gobierno Democrático? reflexiona Funes. Mas cruces alimentan la tarja donde el Coronel lleva ?la cuenta de sus muertos?, van quinientos veintitrés. Proponíase llegar a los mil antes de concluir aquel año 19. Para los creyentes fue sin lugar a dudas una intervención divina. Para los ateos, suerte. La única verdad era que el tiempo del Coronel Funes ?El terror del Amazonas? había llegado a su final. Todo giraba en torno a un hombre llamado Emilio Arévalo Cedeño, guerrillero antigomecista y combatiente implacable que recorría Venezuela luchando contra las tropas oficiales. Tubo la idea de atacar San Fernando y proveerse de armas y de pertrechos que lo fortalecieran para atacar posteriormente Caracas. El Tirano escucha una detonación y no le presta mucha atención. Avispa y Picure afilan sus machetes como autómatas. Pasos suenan como los de un grupo de personas que corre. Que pronto han regresado mis hombres, piensa Funes para sus adentros. Abre su ventana y una descarga llega hasta él. Sale ileso y de momento queda sorprendido. Pero no se desanima, bloquea los accesos a la casa y devuelve disparo por disparo. Suenan detonaciones por la orilla del rió. Funes deja a Picure a cargo de defender el primer flanco. Fuego contra esos canallas, ordena. No dejaremos a nadie con vida. Disparen sobre seguro, ordena a su vez Arévalo Cedeño, recuerden que tenemos pocos pertrechos. Arrecia el tiroteo a medida que el sol se adueña del cielo. Nadie rehuye el combate, excepto Avispa y Picure que se les desfallecen las piernas de miedo como si estuvieran atacados de paludismo. Funes los observaba con desprecio. A ustedes también voy a ajustarles las cuentas luego, pensaba. Solo esperaba que el Coronel López fuera en su ayuda, estaba seguro de que pronto llegarían refuerzos. Ya las deserciones de sus filas comenzaban a sucederse. El destino del tirano estaba sellado, 24 horas màs tarde era tomado prisionero y puesto frente al tribunal que decidirìa su suerte. Confesó Funes todos sus crímenes e incluso intentó justificarlos. El veredicto fue unánime: Lapena capital. El ultimo deseo concedido: No vendársele los ojos. Se preparó el pelotón. Un segundo antes de morir gritó ?¡Adiós amigos míos!? Y los certeros disparos acabaron con el reinado del terror en San Fernando de Atabapo. Aún en el viejo cementerio de San Fernando entre la maleza y casi cubierta por la vegetación se vislumbra la tumba de Tomas Funes, a veces alguien le enciende un cirio, otro le coloca una rosa.
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