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La Naturaleza De La Riqueza
(ALBERTO C. SIGALES)

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UNA SINOPSIS
Durante toda la historia no ha existido ningún sistema económico que haya resuelto el problema principal de la humanidad: la satisfacción de todas, absolutamente todas, las necesidades materiales del hombre. Y todas las necesidades materiales, es seguro, se pueden satisfacer. (La definición de necesidad que utilizamos se deriva de ése concepto básico: una necesidad económica es la falta de algo que otros poseen; por lo tanto, ya existe la forma de satisfacerla.)
¿Es que, acaso, el hombre no ha luchado siempre ?y sigue luchando-en la búsqueda de la satisfacción general? ¿Es que, para ello, todo su trabajo acumulado fue ?y es-insuficiente? ¿Es que acaso todas sus energías empleadas con ese fin, todos sus esfuerzos han sido ?y son-en vano? ¿Es que acaso el hombre no tuvo ?ni tiene-suficiente capacidad como para tan siquiera eliminar el hambre, su necesidad primordial?
Si esto fuera cierto sería mejor para el mundo que el hombre dejara de existir. Sería mejor que les dejara a los animales y a los vegetales el disfrute de la vida, porque éstos han demostrado que pueden sobrevivir utilizando las escasas herramientas que la naturaleza les ha brindado, a la inversa del hombre, que no ha sabido utilizarlas a pesar de poseer muchas y mejores.
Pero no debe ser así. La realidad indica que no hay ser vivo con más capacidad de adaptación a la naturaleza y con más aptitudes de adaptarla a ella misma, que el hombre. Es más, es el único que ha podido alcanzar esta última posibilidad.
Voluntariamente descartamos de nuestra consideración como posible herramienta para lograr estos fines fundamentales al tan manido ?avance tecnológico?, aunque nada nos obliga a hacerlo. La gran mayoría de los países se ven impedidos de emplearlo, por lo que su uso para abatir la pobreza y el hambre, por ejemplo, es un imposible práctico. Esto se debe a que sus dueños exigen colocarlos en el faltante principal del que adolecen los países pobres: lo ubican como integrantes del capital. El de ellos.
Ese ?capital? faltante -el conocimiento-es insuficiente (un logro a alcanzar) para la mayoría de los países del ?tercer mundo?; para el resto de los países ?pobres? es una capacidad que ya tienen y generan, pero que aún no pueden utilizar en beneficio propio (por razones económicas, fundamentalmente: lo que llaman falta de ?competitividad? en retribuciones). Para los que hoy no poseen tal ?capital? (los que no generan técnicos), podrán alcanzarlo más tarde o más temprano, pues no hay duda de que no existe diferencia de capacidad de razonamiento o inteligencia entre los habitantes de cualquier país; es más, en todas las ramas del conocimiento los países ?ricos? contratan técnicos y científicos provenientes de los países subdesarrollados. Lo que abruma a los países pobres (a todos ellos) es única y exclusivamente una dificultad económica, que no les permite mantener a los técnicos que crea o perfeccionar la educación para ?producirlos?. Esta dificultad es la que nos proponemos eliminar. Y aseguramos que mediante éste descubrimiento podemos superarla, definitivamente.
Sabemos, porque lo vemos cotidianamente, que si toda la capacidad del hombre (en su carácter social, naturalmente) se vuelca en pro de cualquier objetivo, por imposible que parezca (el vencer al hambre por ejemplo), no sólo es capaz de hacerlo sino que, aseguramos, podrá hacerlo. Ya podría haberlo hecho, podría hacerlo ahora mismo, mediante los sistemas que hoy se aplican. Si lo quisiera.
¿Cuál fue el motivo de que el hombre no haya podido lograr esa meta tan ansiada, tan necesaria, tan justa? Porque poder hacer debe acompañarse de querer hacer. La capacidad productiva nunca ha sido tan potente ni tan redituable. Las comunicaciones nunca han sido tan variadas y rápidas. Las demás variables a considerar son todas accesibles, todas alcanzables, todas posibles. Por ese motivo podemos aseverar que la pregunta no debe hacerse con el verbo poder; debe hacerse usando el verbo querer.
El capitalismo nunca, hasta ahora, se lo ha propuesto, porque el vencer la pobreza, el vencer el hambre, es hoy totalmente posible, tanto en términos productivos como en la distribución de esa producción. Pero es un negocio no tan beneficioso o tan redituable como lo es el servicio fúnebre, por ejemplo. Los hambrientos no tienen un poder adquisitivo tal que pueda corresponderse con su propia necesidad de consumo, ni con la ambición de los productores de alimentos. En ése sistema económico se da una regla: los más necesitados son los menos posibilitados. Nos han hecho creer que esa regla es ?natural?; que esa contradicción existe y que es irreversible: nos han hecho creer que es una condición sine qua non; ?siempre ha sido así?, dicen. Pero una vez que reconocemos que tal ?afirmación? es una falsedad, podemos deducir muchas certezas a partir de ella. Solamente nombraremos la que dice que la enorme capacidad productiva que la humanidad ha alcanzado no fue correspondientemente acompañada con una similar capacidad de consumo, con un poder adquisitivo real y consecuente, que les permita a los hambrientos el acceso a los alimentos; y (sin tener en cuenta la posibilidad de ambiciones desmedidas) que les permita a sus productores vender mayor cantidad y al precio necesario. El ciclo nos muestra fehacientemente que esa falta de correspondencia no tiene ni tuvo fundamento de tipo alguno: ni económico, ni racional, ni natural, ni religioso. No tuvo fundamento.



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