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La Conjura De Los Necios
(John Kennedy Toole)

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Ignatius J. Reilly, gordo, sucio, estrafalario, pero sobre todo vago y bastante inútil teoriza sobre la incomprensión en que le mantiene el mundo, una conjura de necios en donde él es el único razonable, y se dirige a todo el mundo con insolencia, arrogancia y a base de insultos. Tiene treinta años y no ha trabajado nunca. Fue a la universidad y allí trabó relación con una activista de cualquier cosa que pillara por delante llamada Myrna, que acabó por marcharse a Nueva York porque él siempre prefirió mantenerse virgen, masturbarse y no contar con las mujeres para nada. Le mantiene su mimosa madre, con una pequeña pensión.
Un día, después de que un policía torpón haya intentado detenerle considerándolo simplemente sospechoso por su gorra de cazador y su atuendo descuidado, la madre hace un estropicio con el coche y se ven obligados a pagar una indemnización. Como no tienen dinero y no hay más solución si no quieren hipotecar su casa, Ignatius comienza a buscar trabajo, aunque no le es nada fácil porque, además de que él es muy exigente, los empleadores no valoran sus cualidades porque, como dice, él, carece al parecer de alguna perversión especial que buscan los patronos de hoy.
Consigue trabajo como encargado de archivos en la oficina de una fábrica de pantalones, de la que el dueño de la empresa apenas quiere saber nada y donde trabajan además el encargado González y una secretaria que ha superado ya la edad de jubilación pero que se mantiene en el puesto por el empeño de la mujer del propietario de hacer que se sienta útil, cuando ella sólo quiere coger la jubilación y descansar. Ignatius, que en su caprichoso devenir intelectual (del que no deja de ofrecer muestras en diarios, escritos sueltos y cartas a su medio novia de Nueva York), se esfuerza en crear una especie de partido en busca de la justicia y sobre todo la paz universal. En la fábrica de pantalones, donde trabajan docenas de negros, organiza un motín que es en un principio seguido por los trabajadores, pero que pronto lo abandonarán ante las delirantes propuestas de Ignatus, que acaba siendo despedido.
Tras otra búsqueda de empleo, es contratado a pesar de su poco entusiasmo por el puesto por un salchichero que necesita urgentemente vendedores para ir con el carrito por la calle. Ignatius pasea el carrito y no sólo pone más interés en comerse las salchichas que en venderlas, sino que además se niega a venderle a un muchacho un bocadillo para reservarse para sí las pocas salchichas que quedan. Éste muchacho, unos días después, le da unos dólares por ayudarle a traficar con revistas porno, y gracias a una remesa de éstas arma un jaleo en un local de striptease del barrio francés que acaba con él herido en un hospital. En el hospital se reunirán casi todos los demás personajes de la novela: el policía torpón que le detuvo al principio y que está siendo sometido a toda clase de humillaciones por su jefe; el negro Jones, que trabaja en el club como barrendero por un sueldo de hambre que le sirve como leit motiv para infinidad de protestas en su chistosa forma de hablar; la dueña del local, implicada en el porno y que acabará en la comisaría, y una bailarina, que ha querido disfrutar de la gran oportunidad de su vida con un nuevo espectáculo en el que ella debía dejarse desnudar por una cacatúa, aunque el animal acabará dando un picotazo a Ignatius.
El escándalo producido por la aparición en el periódico de la noticia del jaleo en el night club provoca el nuevo despido de Ignatius y el agravamiento de la preocupación por su futuro de su madre, que ahora ha iniciado relaciones con un hombre que la pretende como esposa. Además, el dueño de la fábrica de pantalones se presenta en la casa acusando a Ignatius de haber aprovechado su descuido del negocio para enviar una carta en su nombre que le va a costar medio millón de dólares. Ignatius echa la culpa a la anciana secretaria y tiene la suerte de que ésta, senil y fatigada, confiese lo que no ha hecho y le librede responsabilidades. Sin embargo, a su madre no la engaña, y la mujer, dispuesta a casarse con su pretendiente, hace planes para ingresarle en el manicomio. Sospechando sus intenciones, Ignatius intenta escapar, pero no encuentra dinero suficiente para hacerlo. En ese momento, como caída del cielo, aparece su amiga Myrna, que ha venido a ver cómo estaba, preocupada por los disparates cada vez más desenfrenados que le escribía en sus cartas, y juntos escapan en el coche de ella en dirección a Nueva York.



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