Winesburg, Ohio
(Sherwood Anderson)
Reconocido precursor por muchos autores célebres, según parece, Anderson no es sin embargo demasiado conocido a este lado del charco. Encontré este libro por casualidad y me atrajo su estructura de relatos entrelazados, con un mapa del pueblo en la primera página dando la sensación de que era un libro dedicado a existencias cotidianas, a cosas pequeñas e importantes, a sentimientos. Y así es. El libro tiene grandes momentos de intimidad, encuentros entre seres en los que dos vidas vulgares forjan, por un momento, un diamante irrepetible que, pase lo que pase después, quedará siempre ahí, apuntalado en la memoria, doblemente contrastado con la grisura del entorno. Anderson tiene a veces muy buen ojo para captar esos momentos, aunque en otros da la impresión de enredarse demasiado, de aferrarse demasiado a su estatus oficial de escritor, obsesionado con componer-buena-prosa, con ostentar a cada momento un despliegue de medios que acredite su condición de ?profesional?, lo necesite o no la historia. Con esto no quiero decir que Anderson carezca de ideas; no pasa nunca, y algunos relatos son muy buenos, se recuerdan con gran cariño: ?Hands?, hermoso y terrible relato de una soledad, de la incomunicación de un espíritu asediado entre palurdos, ?The teacher?, arquetípico tema del amor de maestra y pupilo, siempre atractivo y aquí muy bien contado, muy cálido e íntimo sin necesidad de recurrir a morbosas consumaciones, ?Nobody knows?, uno de esos maravillosos ?relatos-agujero?, conformados por lo que astutamente se deja sin contar, o el grotesco y despiadado ?An awakening?, tan real en su conjugación de lo cómico y lo patético. El problema es que Anderson resulta a veces demasiado ?oral?. ¿Puede un narrador ser demasiado oral? Sí en el sentido de esa ?profesionalidad? de la que hablaba; continuas y enojosas alusiones a ?esta historia?, autoreferencias del mañoso artesano que tiene que hacerse notar a cada rato, que recordarnos que es él quien manufactura este producto. La vida pierde enteros por culpa de estas intervenciones, retrocede por mucho talento y sinceridad que se ponga en el asador, y es una pena. Ciertos abusos del estilo indirecto, momentos en que para abreviar se explica en vez de inventar, y relatos que carecen de la circularidad connatural al género (aunque, insisto, siempre hay un contenido que merece la pena), completan este volumen irregular, siempre entretenido y algunas veces enojoso, pero que a pesar de los errores se recuerda al final con cierto cariño.
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