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La Plaza Del Diamante
(Mercé Rodoreda)

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Si La Plaza del Diamante fuera una persona sería

alguien a quien abrazar lleno de amor y de piedad, de

compasión y solidaridad. Pocas veces se ha retratado
tan

bien la penuria de la posguerra española, con tanta
emoción

y tristeza y realismo nada tenebrista y ganas de vivir.

Este libro contiene a la humanidad entera, contiene la

vida. La Colometa, el Quimet y sus amigos? todo en el

entorno de una Barcelona que viene dada entera sin casi

detenerse a describirla. Con una lucidez y una
rotundidad

aplastantes, y una sensibilidad maravillosa.
Verdaderamente

inusual resulta también el tratamiento dado a los

personajes masculinos. Rodoreda renuncia a entenderlos
y

así nos da su verdadera dimensión, a partir de
acatarlos en

su ininteligibilidad de seres humanos, no de varones

(ciertas narradoras tienden a ser ?blanditas? en este

aspecto, a impregnar a los hombres de una sensibilidad
e

intuición un tanto demasiado femeninas, o a tratar sus

momentos agresivos de forma algo naif).

Respecto a la elección de la primera persona para
contar,

algunos críticos protestaban de que no era creíble el

relato de una chica de bajo estrato social cuyo
discurso se

puebla de giros literarios. Sin embargo la novela
convence

desde el momento en que uno acepta que no se trata de
las

palabras de la Colometa, sino de su percepción, su
mundo

entero que lo abarca todo, algo que relacionaría la
novela

con otras experiencias como Las Olas, de Virginia
Woolf. Es

el subjetivismo selectivo que se salta convenciones
para

contarlo todo, los detalles objetivos y también los
abismos

de las sensaciones, de los sentimientos, del alma. En
este

último aspecto, nadie que tenga un corazón en el pecho

puede quedar indiferente ante escenas como cuando la

Colometa toca fondo y decide matar a sus dos hijos y

suicidarse: ??y así acabaríamos y todo el mundo estaría

contento, que no habíamos hecho mal a nadie y nadie nos

quería?. Hay rabia en esta aparente resignación. Choca

mucho el estoicismo de la Colometa, choca y admira,
rara

vez estalla y cuando lo hace es con una fabulosa

contención. Ser pobre y ser mujer sola era una doble

desgracia en aquella Posguerra atroz, y quizá todavía.

Además el libro tiene una uniformidad maravillosa,

no trata de ser especialmente patético, enfático en los

momentos terribles. En una página las preocupaciones
son no

morirse de hambre y en otra pueden ser construir un
palomar

o casar a la hija, y en cierto modo todas tienen el
mismo

rango. Porque el ser humano se duele y se cura con la
misma

facilidad, esa es su gracia y a la vez su maldición.

Porque, como dice el encabezamiento, ?My dear, these
things

are life?.



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