El Cielo Protector
(Paul Bowles)
Cualquier comentario acerca de este libro es un poco como clavar un bisturí en un ser vivo. Se trata de una obra de una rara pureza y verdad, un mundo que te abre sus puertas inmensas, su arena, y ante el que no cabe la frase lapidaria, los apuntes sueltos. Todo se rinde a la proeza atronadora de sobrevivir bajo un sol calcinante, bajo los fríos nocturnos, acompañado de una fauna de moradores extraños, fascinantes y salvajes a la vez, rodeado de esplendor, pero también de enfermedad y muerte. Enfermedad y muerte sin nada de tétrico, sin excesos de color local: todo tiene ahí la simpleza, un poco enloquecedora, pero de implacable lógica, del correr de las estaciones. Un viaje hacia el sur. Tres personajes. Señales, presagios terribles. Sin pedantería, sin distancias intelectuales. Una manera de tratar la muerte inédita y llena de aplomo, sin tragedia, mera hermana siamesa de la vida. Un libro único, de esos que quedan en el pabellón de la literatura como completamente originales, que no se parecen a nada. Imposible arriesgar un parecido, una influencia. Sólo dejarse arrastrar, páginas tras página, por las extrañas e implacables huellas del destino. ¿La existencia precede a la esencia, o es al revés? En otras palabras, ¿hacemos nosotros nuestras huellas, o son ellas las que nos definen? Al final, parece decir Bowles, lo único cierto es ese cielo, enorme e inmutable, que rota lentamente (?los pensamientos son también un cielo?, dice el tierno y maravilloso Aman, tan breve, hacia el final). Un cielo desesperante pero que nos cobija y nos preserva del aterrador vacío que hay detrás. Una preciosidad, un libro digno de releerse muchas veces, por gusto, por simple gusto. Ortega y Gasset en su Ideas sobre la Novela sostiene que la trama es un mecanismo, esencial pero sólo mecanismo, y que como tal conviene estilizarlo, agilizarlo, reducirlo a lo esencial: lo que hay aquí es esa esencia, movimiento en estado puro que nos va poco a poco internando en el misterio de tres seres conmovedores, perdidos, valientes, paradójicos. Una maravilla, una proeza de la que se vuelve transformado y trastornado, y más humano.
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