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El Arte De Amar
(Ovidio)

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En los primeros años de nuestra era, el poeta romano Publio Ovidio Nasón compone (tal vez hoy lo llamaríamos autoayuda) un libro que trata de poner sus conocimientos de gran conquistador a disposición de sus lectores. Ovidio considera que igual que hay un arte para navegar o para impulsar los carros, también lo hay para gobernar los asuntos del amor y establece un programa en tres fases: descubrir, conquistar y mantener.
Para la fase de descubrimiento, Ovidio enumera los lugares propicios para lo que hoy llamaríamos ligoteo. Los teatros son para él los lugares más propicios, pero también el circo, donde aconseja al aspirante acercarse a la deseada y conversar y apoyar al auriga al que ella apoye, le guste o no. También los banquetes, donde el vino puede ser un gran aliado, e incluso, dice, los alrededores del templo de Diana, pues, apunta, aunque ella era virgen y desprecia las flechas de Cupido, muchas heridas ocasionó entre la multitud y muchas seguirá ocasionando.
Con respecto al proceso de conquista, Ovidio recuerda en primer lugar a sus lectores, para asegurar su autoconfianza, que todas las mujeres son conquistables, que el amor les gusta a ellas tanto como a los hombres, con la única diferencia de que ellas lo disimulan más, y cita el deseo de Pasifae por el toro como ejemplo del ardor pasional de la hembra. Para Ovidio, la lisonja es la herramienta esencial de la conquista, dentro de una estrategia que puede contener también maniobras para ganarse a los criados de la amada o saber escoger el momento propicio, saber insistir y utilizar la elocuencia, así como dotarse de lo que llama una belleza sin aliño, que para él es la más propia del varón.
Los regalos son otro instrumento fundamental de la conquista, sobre todo porque, añade, la mujer no sólo los acepta con gusto sino que siempre encuentra artimañas para pedirlos (como llorar diciendo que se le acaba de perder una joya que nunca ha existido). En caso de no poder afrontar los gastos, Ovidio recomienda cínicamente sustituir el regalo por la promesa, ya que en éstas todo el mundo puede ser rico. Y para el momento decisivo de besos y abrazos, Ovidio recomienda la audacia e incluso, aunque al lector de hoy en día resulte crudo, el uso de la violencia, pues dice que a las mujeres les gusta y que suelen alegrarse de haber salido violadas de un lance con un pretendiente.
En cambio, para la labor de mantener la pieza conseguida, Ovidio recomienda la amabilidad ante todo y usar la condescendencia en la relación habitual. Proclama que los brebajes y hechicerías para mantener a alguien preso de nuestro amor sencillamente no sirven para nada. Y naturalmente, también aquí tienen un papel los regalos; incluso más que los versos, puesto que reconoce que la poesía recibe alabanzas pero lo que se busca son los grandes regalos. Ovidio subraya también que la costumbre fortalece el amor y que ausentarse de manera momentánea puede ser un incentivo amoroso, aunque también alerta del peligro de ausentarse demasiado tiempo. Y, de nuevo en plan cínico, alerta de que si uno tiene aventuras, lo principal es que la mujer no las conozca. Por último, llama a estar preparado para las penalidades del amor y dice que el placer que obtienen los amantes es escaso y mayor es el sufrimiento.



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