La Peste
(Albert Camus)
A través de la crónica de una ficticia epidemia de peste situada en la ciudad argelina de Orán a mitad de los años cuarenta, Albert Camus traza una alegoría de la ocupación nazi y, en un sentido más amplio, de la fragilidad humana y sus diferentes actitudes ante el mal. El narrador es el médico Rieux, aunque no revelará su identidad hasta el capítulo final. Rieux comienza por sorprenderse de la proliferación de ratas muertas un día en que despide a su mujer, que tiene que marchar a otra ciudad para hacerse tratar de la grave enfermedad que padece. Tras la muerte del conserje de su propio edificio, al que él explora y trata de salvar, Rieux no tiene duda de que se trata de la peste y así lo confirma en reunión con varios colegas. Según se acerca el verano, los casos se multiplica y las autoridades aislan la ciudad. Para unos, como el periodista Rambert, que estaba de paso y esperaba reunirse con su novia, es un drama; para otros, como el prófugo Cottard, es una ventaja, pues no podrán detenerle por un asesinato que ha cometido. Otro de los personajes, Grand se concentra en la escritura de una novela con la que espera entusiasmar a los editores y de la que reescribe una y otra vez el primer párrafo con criterios absurdamente formalistas. Hoy en día llama mucho la atención que Camus reduzca la exploración humanista que se propone a personajes de la élite colonial, todos blancos y todos masculinos. Uno de ellos es el cura Paneloux, que en una homilia deja patente su interpretación de la peste como plaga divina para llevar a purgar pecados y reflexionar. Cuando el cura asiste de cerca a la lenta agonía de un inocente chiquillo, que padece una de las formas más dolorosas de la enfermedad y finalmente muere, queda muy afectado. Su discurso cambia a la defensa de una mera fe porque sí: Hay que admitir lo que nos causa escándalo porque si no habría que escoger entre amar a Dios u odiarle. Y ¿quién se atrevería a escoger el odio a Dios?, dice. O, como dice otro de los personajes, Tarrou, quien también lleva una crónica escrita de la epidemia: Cuando la inocencia puede tener los ojos saltados, un cristiano tiene que perder la fe o aceptar tener los ojos saltados. El cura Paneloux será otra de las víctimas de la enfermedad, así como Tarrou y Grand, aunque éste último se recupera con el tratamiento. Con el invierno la plaga disminuye y comienza a reducirse el número de las víctimas. Casi al mismo tiempo en que Rieux recibe un telegrama que le anuncia la muerte de su esposa, el cerco de la ciudad es levantado y se celebran festejos y actos de gracias. El periodista Rambert se reune felizmente con su novia. Rieux concluye afirmando que ha escrito la crónica para no ser de los que callan, para testimoniar en favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio.
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