El Otoño En Pekín
(Boris Vian)
Síntesis: El otoño en Pekín ? Boris Vian Esta novela de Boris Vian pareciera meterse como por una cánula en nuestra materia gris y describirnos lo que ve en ese otro cielo, el de las emociones, los pen-sa-mientos, las ideas, los sueños. Claro, Amadis Dudu, el personaje que realiza la travesía desde la médula, esta esca-pando de la rutina. Es un oficinista que trata de escurrirse de ese territorio interno pero arrastra consigo la oficina, lugar no querido, a cualquier rincón en que se instale. Es una de esas tantas mañanas en que se levanta sobre la hora; total, el escritorio que-da a pocas cuadras. No es el jefe, tal vez nunca lo sea, es un simple empleado al que arrean como ga-nado. Amadis toma el autobús después de que otro le ha pasado por delante de su nariz sin de-tenerse, burlándose de él y su circunstancia. Ya no puede decidir cuando bajar, todo se ha complotado para hacerle perder el día, o, posiblemente, sea él quien esta decidiendo, sin darse cuenta, no llegar nunca. Intenta vol--ver pero ya no puede, ya no se puede cumplir con el deber. Termina varado en el desierto de Exopotamia, su desierto. Encuentra que es allí donde él es dueño de sus deseos, pero también, como en un sueño que se ha criado en el ca-mi-no al trabajo, él es el jefe. Explotan sus miserias y los demás bailan acom-pañán-do-las, aún sin quererlo. Boris Vian cada tanto se incluye para pregonar su postura a través de un cura, un pá-rro-co sin parroquia, quien goza de la agilidad de ser Dios cuando se le ocurre, de tomar deci-sio-nes que la iglesia jamás aprobaría, como conceder el castigo de forni-ca-ción por toda la eter-nidad, con una bella joven negra, a uno de los ermi-ta-ños que bien podrían ser uno de los doce apóstoles cumpliendo una penitencia por haber descubier-to el placer. Un arqueólogo, dos obreros incansables, una mujer color cobre que brinda sus caderas al erotismo; en el submundo, en esa oscuridad que expone la belleza, la audacia, el fer- vor por descubrir, la curiosidad. Un hotel fantasma en medio del desierto, y ese típico italiano que sabe de la buena co-mida, el vino de los dioses y por qué no, el deleite con la carne del mismo sexo. Un médico que construye aviones que nunca vuelan y su paciente más fiel, un loco que encuentra su razón de ser en la mutilación de sus partes. Por último, dos ingenieros jóvenes que compiten por el cuerpo de una joven que no es más que eso: Un cuerpo. Y unas vías férreas que se construyen para ese futuro incierto del que solo se beneficiarán los jefes, los dueños. El amor y la degradación, el fin y el principio como una constante del flujo vital. Un cielo manchado de amarillos y marrones velados por soles eternos. No hay otoños ni Pekín, solo calor y Exopotamia. La pretensión del hombre de ser Dios en el desierto de su existencia. Jorge Diez
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