El Sastre Embrujado
(Scholem Aleijem)
El sastre Shimen Elie Shma Coleinu era un judío muy pobre que vivía en Rusia, en el pueblo de Slodéievke. Gustaba de asistir a las ceremonias religiosas donde desplegaba sus erudiciones bíblicas y su voz estridente tanto en oraciones, como en cánticos. Defendía a los pobres y despotricaba contra los ricos y contra todos aquellos que los apoyaran. Estaba casado con Tsipe Beile Reise, una mujer robusta y temperamental, opuesta totalmente a la forma alegre y despreocupada con que Shimen Elie enfrentaba la vida. Tenían muchos hijos, y las dificultades de la miseria agriaban el carácter de la mujer, que un día se impuso a su esposo pidiéndole que comprara una cabra, a fin de mejorar la alimentación familiar. No se podía vivir de versículos. Con este fin partió, después de ahorrar con grandes penalidades, a buscar a un maestro que vivía en Cosodóievke con el fin de comprarle una de las dos cabras que éste poseía. El día estaba tan hermoso, que Shimen Elie, alabando al Señor, llenó su corazón de satisfacción disfrutando de la naturaleza, en contraste con el ambiente miserable y sórdido donde desempeñaba sus tareas. A mitad de camino se detuvo en la posada de un pariente cuya prosperidad de dudoso origen contrastaba con la pobreza del sastre. Ambos sentían cierto desprecio el uno por el otro. Dodie, vulgar e ignorante a pesar de su riqueza, despreciaba a Shimen Elie por su miseria, aunque reconocía la cultura litúrgica que éste poseía. Después de tomar allí unos tragos, el sastre continuó su camino hasta llegar a destino. Una vez ubicado el personaje que buscaba, en el miserable pueblo donde vivían, y de iniciar con la esposa de éste los tratos para concretar la compra, logró luego de larga conversación y regateos, adquirir la ambicionada cabra. Pero ésta se rehusaba a caminar, de modo que tuvo que cargarla por el camino hasta llegar de vuelta hasta la posada de su pariente Dodie. Estaba contento y sin olvidar sus oraciones se dispuso a restaurar fuerzas; comió, bebió, y se durmió hasta el amanecer. Soñó muchas cosas relacionadas con las ventajas y prosperidad que tendrían con una compra tan afortunada. Su mujer lo esperaba angustiada por la demora pero lo recibió con alegría, hasta descubrir que la cabra no proporcionaba la leche tan anhelada porque era ¡un chivo! Miles de maldiciones cayeron sobre la cabeza del pobre e inocente sastre, que se dispuso a volver para reclamar por el engaño. Otra vez pasó por lo de su pariente Dodie, donde hizo una parada antes de continuar camino, contándole la estafa de la que había sido objeto. Más tarde llegó a su destino, y con su verborragia habitual, llena de citas bíblicas y otras inventadas, increpó al matrimonio que lo había engañado. Grande fue su sorpresa cuando la mujer ordeñó la cabra en su presencia. Pidiendo disculpas emprendió el camino de regreso, pero, tanto ante su pariente, como ante su mujer, inventó una serie de detalles inexistentes con el fin de no quedar mal parado y restaurar su dignidad maltrecha. De nuevo a ordeñar Tsipe Beile Reise la cabra, y otra vez descubrir que era un chivo. Nuevos insultos y desprecios para el pobre sastre, que no había advertido la mala jugada QUE SU DELINCUENTE PARIENTE LE HACÍA CADA VEZ QUE PASABA. El pueblo entero comenzó a hablar de que el chivo era un alma encarnada y todas las supersticiones afloraron como comentario general. Muchos pensaban que estaba EMBRUJADO. Pero la sociedad de artesanos quiso ponerse de parte del sastre por semejante afrenta sufrida y emitió un rimbombante comunicado de adhesión. Nuevos reclamos, nuevas citas bíblicas y esta vez todos los afectados, vendedores y comprador, ante el juez del poblado enemigo para aclarar las cosas. Todo se estaba poniendo cada vez peor para el pobre Shimen Elie. Siempre el chivo a su lado, vagando de uno a otro lado para escapar de las burlas de los niños. Ya no sabía qué pensar. Sus hijos se morían de hambre, su mujer se desesperaba cada vez más, y la cabra daba leche en un lado yera chivo en el otro. Shimen Elie perdió su proverbial alegría de vivir, sus deseos de hablar, sus ilusiones y cayó depresivo en cama al borde de la muerte; la sociedad de artesanos decidió enfrentar la situación partiendo ellos mismos, indignados, a hacer justicia. Reclamos van, reclamos vuelven, y la cosa no se aclaró. Entonces fue cuando advirtieron que el chivo había escapado. Ya nada se podía hacer. Una historia muy triste, para el pobre sastre y su familia, que aparte de su miseria, debieron sufrir las humillaciones del engaño.
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