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La Balada Del Álamo Carolina
(Haroldo Conti)

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Este libro de cuentos del escritor argentino nacido en Chacabuco y desaparecido durante la última dictadura militar argentina, reúne once cuentos que construyen un espacio escriturario sobre la tranquila y sencilla vida del pueblo en donde pasó su infancia y a donde volvió una y otra vez para arrancarle personajes e historias. Como habría leído en Cesare Pavese, autor que influyó en su modelo de escritura, Conti decía que un pueblo se necesita, aunque sólo sea por el gusto de abandonarlo.
Hacia ese pueblo Conti volvía una y otra vez con su mente, es decir con su escritura que era una forma de reinventarlo. Una manera de escribir para que otros existan que de eso se trata, acaso la literatura. Y entonces volvía a golpear las teclas de su máquina porque sedecía que, después de todo, nadie sabría de ellos si no fuera por su viejo artificio, como escribe en Los caminos pensando en sus amigos lejanos. Artificio que el escritor iniciaba en esos prolijos viajes de la memoria.
Este libro de Haroldo Conti, como casi toda su obra, está cruzada por los caminos: el que une Chacabuco con Bragado, ese que el tío Agustín atravesaba cada vez que se corría la fondo Las doce a Bragado, habitado por cuises, liebres y pájaros; el que lleva álamo carolina en el campo de Cirigliano; el que es transitado por el Expreso 25 de Mayo, haciendo escala en Warnes, ese pueblito que lo maravillaba y que describió hasta en sus más mínimos detalles. Y otros caminos que lo llevaban a reencontrarse con los amigos como Paco Urondo, Lirio Rocha o el capitán Alfonso Domínguez o, mucho más lejos, a la Cuba revolucionaria que admiró y en la que recuperó a su leído y admirado Ernest Hemingway. Caminos que lo dejaban en las islas del Delta, donde tenía una casa y de los que habló en Sudeste. Y otros caminos, trazados en la novela Mascaró, el cazador americano, fatigados por el Príncipe Patagón y su loca trouppe circense para encontrar insignificantes pueblos en donde hacer sus fantásticas representaciones. Y acaso un camino final: el que lo llevó el 5 de mayo de 1976 a convertirse en un desaparecido, víctima de la represión desatada por la última dictadura militar.
La narrativa de Conti se inscribe en una línea costumbrista que viene de Payró y Roberto Arlt, pero que en él adquiere un tono intimista, de morosas descripciones del paisaje, a veces llenas de melancolía. En eso marca una ruptura con las narrativas de Borges y Cortázar que tanto influyeron a sus contemporáneos.
Para siempre quedarán en la memoria de los lectores esos personajes que Haroldo supo describir en cuentos inspirados en el ambiente pueblerino de Chacabuco o en el camino de tierra que une esa ciudad con Bragado: el tío Agustín (Las doce a Bragado), con el número 14 en la espalda, corriendo la carrera de Fondo las doce a Bragado, corriendo y desistiendo antes de llegar al campo de Cirigliano, pero también ese mismo tío, sentado junto al banco de carpintero, envejeciendo al lado de la sierra y la cardadora; Basilio Argimón, y su empeño por inventar un aparato para convertirse en pájaro y sobrevolar el pueblo y, al fin, estrellarse contra el hotel Unión (Ad astra); el viejo Pampín, el almacenero de Warnes, un puñado de casitas y tapiales entre los árboles, el mismo que habiéndose olvidado abierta la tapa del sótano que estaba detrás del mostrador, se cayó y hubo que sacarlo con un aparejo; o el loco Seretti, que empezó arreglando los techos para luego quedarse a vivir arriba de ellos (Mi madre andaba en la luz); el maestro Pellice, el cohetero de la zona que, una tarde, se enamoró de la señorita Hayde? Lombardi y empezó a escribirle cartas nocturnas que nunca se atrevía a mandar y con las que rellenaba las bombas de estruendo (Perfumada noche); el tío Hipólito y la señorita Adela, atravesando el pueblo para ir a conocer la casa con el jardín y los dos pinos y -junto con ellos- reconocer el olor a tierra mojada que deja el camión regador, ese que tenía un águila de bronce en la ttapa del radiador, saltar la acera de ladrillos húmedos, ver a don Italo en la puerta del almacén con el lápiz en la oreja, o al gallego Correa saludar desde el mostrador de la tienda El mercurio, y hablar del tiempo, de flores, de tulipanes, de espuelas de caballeros, de ciclamen (Los novios).
En el cuento La balada del lamo carolina, Haroldo Conti coloca como epígrafe un anónimo japonés: "Ciruelo de mi puerta,/ si no volviese yo,/ la primavera siempre/ volverá . Tú florece. Haroldo nunca regresó, hoy es uno de lo 30.000 desaparecidos que enlutaron nuestra historia reciente. Sin embargo siempre está volviendo en cada uno de sus textos. Su obra recupera la cultura popular, reseña la historia del trabajo, habla de ese mundo de invenciones, testimonia la modificación de las tecnologías en el ámbito rural, traza caminos en un país marcado por las distancias y la desmemoria.



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