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Tombuctu
(Paul Auster)

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Siguiendo la senda de Cervantes en Coloquio de los perros, pero con unos resultados muy inferiores (es, sin duda, una de las novelas más flojas de este escritor), Auster nos introduce en el punto de vista de un perro (en narración en tercera persona), del que es propietario un vagabundo con problemas psquiátricos y toxicómanos que se hace llamar Willy Christmas desde que creyó que Santa Claus se le aparecía a través de una pantalla de televisión y le invitaba a dedicar su vida a hacer el bien a los demás. Willy se sostuvo casi toda su vida gracias a los desvelos de su madre, polaca judía superviviente del Holocausto, pero cuando ésta muere entra en la mendicidad. Willy se ha hecho inseparable de su perro Mr. Bones y habla con él como si se tratase de una persona y le cuenta, por ejemplo, que las personas cuando mueren se van a una especie de paraíso llamado Tombuctú. Cuando se siente morir, Willy viaja a Baltimore para dejarle el perro a la única persona que recuerda que le haya comprendido, una profesora que tuvo en la adolescencia. Sin embargo, le da un ataque en la calle y no puede llegar a su destino. A partir de entonces, el perro seguirá comunicándose con su amo a través de sueños, pero las correrías las vive en soledad. Primero le recoge un niño que resulta ser hijo del propietario de un restaurante chino, uno de los lugares que Willy le dijo que debía evitar para no acabar siendo servido como carne de conejo o cordero. Luego, es recogido por la familia de un piloto que vive con todo el confort, aunque el padre le prohibe la entrada a las habitaciones de la casa y tiene que pasar la mayor parte del tiempo en el jardín y el garaje, y se le somete a una operación de castración. Aunque pronto olvida las satisfacciones de la vida sexual y en general se encuentra cómodo con esta familia, Mr. Bones siente que le falta cariño, sensación que queda confirmada cuando, al irse la familia de vacaciones, queda ingresado en un hotel canino. A pesar de que el lugar tiene comodidades de toda clase, Mr. Bones no se encuentra bien y se siente cada vez más enfermo, por lo que se escapa del lugar y, al no ver una salida para su vida y convencido de que para los perros también hay un Tombuctú en la otra vida, se dedica a jugar a esquivar los coches que pasan a toda velocidad por la autopista esperando que alguno lo mate.



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