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Soy Charlotte Simmons
(Tom wolfe)

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A todos aquellos que están convencidos de que la televisión es una nueva deidad que gobierna al mundo, que la eficacia de las campañas políticas se mide en spots televisivos, que la única realidad es la que existe en el interior de las pantallas y que una sola imagen vale más que mil palabras, los invito a realizar un ejercicio comparativo de benchmarking entre la imagen y la palabra: asómense a un capítulo de la telenovela ?Rebelde? que transmite Televisa en horario estelar, y después lean un capítulo de Soy Charlotte Simmons, la última novela de Tom Wolfe.

¿Es una comparación descabellada? Sí, sin duda. Poner en el mismo escenario a Televisa y a Tom Wolfe resulta un sacrilegio para los devotos de ambos bandos. Pero en este caso tan peculiar existe un basamento común: el tema compartido es la vida de un grupo de estudiantes en una preparatoria de élite, donde viven por vez primera separados de sus padres y tienen que enfrentar, cada quien a su manera, esa inclinación universal que va del aislamiento a la amistad, de la soledad a la sexualidad y del rechazo social a la aceptación y el borreguismo.


Ambas novelas, además, son éxitos de mercado y cuentan con grandes audiencias: en Estados Unidos, ?I am Charlotte Simmons? es un fenómeno de ventas en librerías que sólo compite con las anteriores novelas de Tom Wolfe, y en México la serie televisiva ha creado un culto juvenil reforzado por el lanzamiento de un grupo musical que llena auditorios y multiplica sus éxitos en la radio.

Pero hasta aquí las similitudes. Si uno ve con mirada indulgente la telenovela, lo que salta a la vista es la superficialidad de la trama y la pobreza del lenguaje televisivo; hay en ella una cascada de escenarios artificiales, diálogos forzados, jóvenes muy hermosas que debutan sin mucha suerte como actrices, amores impostados que no cuajan, mucho ruido. En contraste, la novela de Charlotte Simmons es una muestra de los pivotes donde reside la fuerza hipnótica de la literatura: en una escena común y corriente, que narra el encuentro de los padres de dos estudiantes que compartirán una de las habitaciones de la Universidad de Dupont, el autor se regodea en el detalle del amueblado, nos describe la historia del recinto, pasa por una reseña sumamente meticulosa de las vestimentas de cada personaje, se detiene en el tatuaje de una sirena que brilla en el brazo del padre de la pobre Charlotte, alumbra las miradas despectivas de la madre de su compañera de cuarto, modula las diversas entonaciones de voz con su pluma, calcula el peso de las palabras en cada uno de los oyentes, se mete al cerebro de los personajes y nos devela sus preocupaciones más íntimas, escarba en el laberinto de sus emociones, y al final de una escena que podría parecer anodina para un espectador cualquiera, Wolfe descubre las pulsiones internas de los personajes y desentraña la enorme carga de racismo, discriminación, prepotencia, soberbia, culpabilidad, envidia, temor y vergüenza que inunda las relaciones sociales de país más poderoso de la tierra.

La novela es una delicia porque está poblada de personajes arquetípicos que nos sorprenden en cada página con sus desplantes. Es como si estuvieran vivos. Charlotte es una joven provinciana educada en la moral evangelista de los granjeros del siglo antepasado, que para salir de su corset ideológico se adentra por las arenas movedizas del alcohol y las fiestas orgiásticas; en ese sinuoso peregrinaje conoce a un nerd recalcitrante, un pequeño intelectual lleno de miedo que se accidenta el primer día de su visita a un gimnasio; entabla relaciones con una excéntrica estrella del básquetbol que decide leer a Sócrates; resiste el acoso de un farsante que se convierte en el líder de los hijos de los empresarios que llegan a Dupont para aprender a multiplicar su riqueza; forma un minúsculo club con un par de jóvenes huecas, cuya máxima aspiración es vivir al amparo de los chismes, y conoce a un profesor elegante y apuesto, que ees un hombre extraído de la vida real y que en la ficción le abre las puertas de los hallazgos más perturbadores de la neurobiología.


En el agitado despertar de su vida social en el gran mundo, Charlotte Simmons se transforma, busca a toda costa la aceptación de sus congéneres, se adapta -desarro-llando un gran esfuerzo- al medio cultural que la rodea. En el fondo, Wolfe le da la razón a Marx: el individuo no es más que la suma de las relaciones sociales que lo han moldeado a lo largo de su biografía. Además, gracias a los avances de la neurobiología, el autor suscribe con vehemencia la inquietante noción de que el libre albedrío de los individuos es una ilusión, y que el Yo que tanto exaltan los psicólogos y los místicos es una construcción mental tan inasible como el alma en la que creen los cristianos, con la esperanza de llegar al cielo.

Al parecer, estos nuevos conceptos están ganando terreno en el horizonte de la ciencia, y si les damos crédito acabaremos convencidos de que nuestras decisiones más reflexionadas, aún las más difíciles, no son otra cosa que el reflejo de un mapa trazado de antemano en la imbricación biológica de nuestros genes y neuronas, y que la libertad individual es simplemente el sueño más elaborado de nuestra ignorancia. Pensándolo bien, eso sí que sería el acabóse.



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